Nicolás Maduro, el dictador que conocemos muy bien por aquí, acaba de destruir el resto de institucionalidad que le quedaba a Venezuela. Mediante unas elecciones que huelen a amaño por donde se mire, reemplazó la Asamblea Nacional que aún quedaba activa aunque sin poder legislativo alguno, por una legislatura nueva producto de la maniobra más grosera de que se tenga memoria en el continente.
El domingo pasado hubo una elección sobre un padrón de 20.000.000 de ciudadanos inscriptos. Votó algo más del 20%. Unos 3.200.000 lo hicieron por la lista oficialista encabezada por el monje negro del chavismo, Diosdado Cabello. La llamada “alianza” integrada principalmente por Acción Democrática y COPEI recibió 1.095.000 votos. Otros partidos, unos 600.000. El régimen hizo entonces “las cuentas del gran capitán”. Sobre los votos emitidos hizo su composición de la nueva asamblea: 70% para Maduro, 18% para la “oposición” y un diminuto residuo para la restante polvareda de partidillos funcionales al poder.
Lo de oposición va entre comillas por una razón. En junio pasado, la Corte Suprema de Justicia ordenó la intervención de Acción Democrática -fundada por Rómulo Betancourt-, orden que fue ejecutada de inmediato por escopeteros agavillados (“colectivos”) que aterrorizan Venezuela. Tras echar al líder histórico Henry Ramos Allup, instalaron a un monigote de Maduro encargado de armar la participación de AD en los comicios del 6/D. Todos los electos apestan a mano obra barata del régimen. Idéntico procedimiento aplicó el dictador a COPEI, partido tradicional de orientación democristiana que dio presidentes como Rafael Caldera y Luis Herrera Campins.
La cuenta que evitó hacer el “comandante Maduro” fue que “su” nueva Asamblea Nacional fue electa –si se puede usar el término- sobre apenas el 24,5% del padrón electoral. Si se tiene en cuenta que en las elecciones legislativas de 2015 la Mesa de Unidad Democrática se quedó con el 67% de los escaños, eso debiera decirle algo a Maduro. Su nueva asamblea huele a ilegitimidad por todas partes, dado que el 75% de los venezolanos se negó a acudir a una elección que rezumaba fraude por todos lados.
Una farsa electoral más, perpetrada al mejor estilo de las dictaduras jurásicas latinoamericanas, modelo del cual Nicolás Maduro es, con ventaja, mascarón de proa.