Un estudio de la comisión de finanzas de la Asamblea Nacional de Venezuela arrojó un dato escalofriante. El salario mínimo vigente alcanza apenas para comprar un kilo de arroz. Algo así como si en el Paraguay, un trabajador ganara Gs. 5.000 mensuales. Así de desquiciado está el país de Andrés Bello, que este domingo va a “elecciones” generales para “decidir” si Nicolás Maduro sigue o no gobernando. El monje negro del régimen, Diosdado Cabello, ya lo dijo, medio en serio y medio en broma: “El que no vota, no come”. Cómo sería si aparte de votar a regañadientes sólo para poder comer, a algún ciudadano se le ocurriera votar por la “oposición”. Esto último es un chiste. Las listas que se presentan a “competir” (perdón por el exceso de comillas) este domingo 6 con Maduro están llenas de ex presos políticos “casualmente” indultados, seguramente con alguna advertencia de ir calladitos a la farsa electoral porque si, por el contrario, se toman las cosas en serio, el Helicoide (tenebrosa prisión política caraqueña) volverá a ser su hospedaje gratuito a partir del lunes 7.
La comunidad internacional en su conjunto no se ha tragado el bulo de los comicios y ha adelantado que no reconocerá sus resultados. Es más. La OEA ha criticado con dureza a la Corte Penal Internacional de La Haya por su demora en iniciar una investigación en Venezuela a partir de un informe que recoge denuncias sobre 18.000 ejecuciones extrajudiciales desde 2014 hasta 2019. El informe de más de 100 páginas de la secretaría general expresa su sorpresa por la demora en actuar, por parte de la fiscalía de La Haya, tras la voluminosa carpeta que documenta los miles de asesinatos, torturas, violaciones, persecuciones y desapariciones forzadas perpetradas por la policía política militarizada y los temibles “colectivos” armados de Maduro.
Con el 18% de su población en el exilio (5 millones de ciudadanos), los venezolanos son ya el primer flujo migratorio mundial, superando a los sirios huyendo de una de las guerras civiles más sangrientas de todos los tiempos. De ese contingente, 2.500.000 carece de documento de identidad y por lo menos otro millón y medio padece alguna forma de desnutrición extrema. Nunca, en la historia de los conflictos americanos, hubo semejante marea humana desplazada de su terruño.
Muy doloroso.