La neozelandesa Susan Marshall y el finlandés Ashprihanal Aalto llevan 46 días corriendo una media de 95,5 kilómetros al día (59,6 millas) alrededor de un colegio de un extrarradio de Nueva York, para tratar de completar las 3.100 millas (4.989 kilómetros) de la ultramaratón más larga del mundo.
Una prueba física, mental y espiritual, como aseguran sus organizadores, que nació en 1997 y que este año pone al límite a doce corredores, que aún tienen seis días para llegar al final de su viaje.
La cara resecada de Aalto y su cuerpo enjuto son el vivo reflejo de la dureza de esta prueba en la que «lo importante es no perder el tiempo»
Aalto cuenta a Efe a la carrera que lleva 20 días haciendo 70 millas diarias (112,6 kilómetros) y que si hoy cumple con su objetivo terminará en segunda posición, por detrás del italiano Andrea Marcato, que cruzó la meta el lunes tras 44 días de marcha.
DISCIPLINA
«Hay que tener disciplina y entrenar bien», dice este funcionario del servicio postal finlandés, que posee el récord del mundo de esta ultramaratón, logrado en 2015 tras 40 días, 9 horas, 6 minutos y 21 segundos corriendo.
Como explica a Efe el director de carrera Sahishnu Szczesiul, la pista se abre cada día a las 6.00 de la mañana y se clausura a media noche durante 52 días. En esa ventana de tiempo, los corredores pueden gestionar el tiempo a su gusto.
«Aquí valoramos el tiempo, cada segundo, todo el tiempo te mueves», dice Aalto, que asegura sentirse «muy feliz», ahora que la meta está al alcance de la mano.
«Cuando corres un maratón o cuando haces algo difícil te sientes tan feliz después. Sientes que lo has hecho lo mejor posible, que lo has intentado con todas tus fuerzas y piensas: ‘Lo he conseguido’, pero también es muy duro y dura mucho tiempo», agrega el finlandés, que lleva puesta la camiseta de la primera vez que participó en esta maratón, bautizada con el nombre de su fundador Sri Chinmoy.
UNA LLAMADA
A Susan Marshall todavía le quedan varios días para poder colgar sus zapatillas deportivas y descansar. Actualmente está en la cuarta posición y es la mujer mejor calificada.
«Me siento agradecida de haber llegado hasta aquí», dice sin bajar el ritmo de su zancada y antes de confesar que pensaba que no llegaría a las 2.500 millas (4.023 kilómetros) y ya ha superado las 2.700 (4.345 km).
Es la sexta vez que esta cocinera de una cafetería de Camberra se lanza a esta aventura, en la que participa siguiendo su presentimiento y porque, dice: «Hace que mi corazón sea feliz».
«La verdad es que no estaba preparada, no me sentía lista y estaba aterrorizada. No sé si realmente hay una manera de estar realmente preparada para esto», dice antes de subrayar el inmenso «desafío mental» de los primeros compases.
«Tienes que sentir una llamada» para lanzarte a esta carrera, concluye.
MÁS ALLÁ DE UN ESFUEZO FÍSICO Y MENTAL
Corren alrededor de las instalaciones de un centro técnico de enseñanza secundaria y un parque infantil adyacente, y con cada vuelta completan 0,5488 millas o 883 metros.
Es una zona residencial, mayoritariamente de viviendas unipersonales, en la que los corredores comparten la acera con los colegiales y los vecinos.
Difícilmente se puede adivinar que en ese vecindario se está dirimiendo la carrera más larga del mundo hasta que se vislumbran puestecillos colocados junto a la acera y en los que se ofrece agua y alimentos a los corredores.
Incluso las instalaciones de la carrera no difieren mucho de los puestos ambulantes de comida que se pueden encontrar en muchas partes de la ciudad.
Sanjay Rawak, director del documental «3.100: Run and Become» en el que aborda esta y otras carreras ultra largas en otras culturas, y vecino del barrio de Jamaica, asegura a EFE que se embarcó en su trabajo después de vivir 30 años en esa zona viendo a los corredores quiso «comprender qué tipo de poder interno o externo estaban usando los corredores para poder completar esta distancia».
LA ALEGRÍA DE PARTICIPAR
El irlandés Nirbhasa Magee no duda en detenerse para responder a varias preguntas, va el último y es consciente de que no completará las 3.100 millas.
Con humor, explica que contrajo la covid pocos días antes de la carrera y debido al confinamiento empezó con tres días de retraso. Además, a los diez días, sufrió una recaída que lo volvió a postrar en la cama.
Más allá de la disciplina, la concentración y el control de «cada segundo», este ayudante de enfermería irlandés destaca la importancia de estar relajado y de «calmar la mente tanto como sea posible»
«Cuando puedes ir más allá de todos estos desafíos y completas 3100 millas te da una enorme cantidad de confianza interior en tu vida diaria, así que para mí, ahora, es casi como una escuela de vida sin las distracciones del mundo exterior», concluye. EFE