No se trata de rememorar una guerra o evento bélico, más por las características del acontecimiento podemos emularlo con algo parecido. Se trata de la tragedia del Ycua Bolaños, ocurrida un 1 de agosto del 2004, cuando muchas personas, 400 en total, tenían la intención de iniciar el mes que significó el fin de sus vidas en el incendio que tuvo aquel supermercado, que su nombre ycuá Bolaños, manantial Bolaños en guaraní que no fue ciertamente un fresco y cómodo manantial sino el mismo infierno donde literalmente se cocinaron mujeres, hombres y niños en aquel espacio construido para ir de compras, conocer productos de limpieza, alimentación, o lo que busquemos y necesitemos en nuestras vidas.
Eran las 11:20 de la mañana, trabajaba en la radio aquel día y hora y fui testigo de esa tragedia por televisión, en la cobertura que hacía la prensa del triste acontecimiento, donde muchos se despidieron en un pestañeo de parejas, hermanos,padres, tíos, abuelos, amigos, hijos y conocidos con el poder del fuego y humos en un espacio que no estuvo listo para accidentes cómo el que tuvo lugar en el barrio Santísima Trinidad.
Sitio que por dicho título no esperamos que se den lo que tuvo lugar y a su vez enlutó al Paraguay, país pequeño cómo barrio donde o nos conocemos entre todos o tenemos alguien en común que nos ligue a esa persona. Aunque no hayamos perdido a un pariente específico, aquel conocido si lo hizo y la empatía recíproca hizo que la tristeza sea colectiva, no por unos minutos, horas o días sino aunque parezca imposible, seguimos enlutados por algo que pasó hace 20 años.
Tatuados por la tragedia
Aquello nos dejó una marca cómo el mismo tatuaje o cicatriz por un accidente u operación en la mente y corazón de un país que ha tenido sobre todo una importante lección para prevenir sobre todo cualquier tipo de accidentes en cualquier espacio muy concurrido, que en cuestion de milesimas puede quemarse, derrumbarse y dañar lo más valioso en el mundo que son vidas humanas. No darle tanto valor a los dispositivos, ropa, o herramientas para diseñar, trabajar, comunicarnos o transportarnos a cualquier lugar que nunca tendrán el mismo valor que nuestra salud o vida, por el mérito y utilidad que tienen todas las personas en el planeta.
Este mundo conocido es el único hogar que tenemos para seguir respirando, viendo, escuchando y sintiendo con normalidad, y si queremos perpetuar esos ejercicios naturales debemos apelar al cuidado y prevención siempre para que ya no se repita lo ocurrido aquel primero de agosto. Evitar queso repita en cualquier barrio, ciudad o departamento del país que quedó tatuado cómo la moda actual no por o con tinta sino con el descontrolado y destructivo fuego que dejó muchos hogares, familias y grupos sociales sin sus importantes miembros para seguir escuchando sus voces, viendo sus gestos y acciones para y por el equipo y proyectos que existan en común.
Lo ocurrido además de recordarlo, llorarlo y sentir penas nos debe servir sobre todo para aplicar medidas de seguridad grandes y pequeñas para todos siempre, desde las rampas y reposabrazos para discapacitados, iluminación oportuna para hacer visible las inexistentes salidas de emergencia en aquel horno comercial.
Es posible evitar la existencia de otras tragedias Ycuá Bolaños con observaciones y demandas que hagamos cómo clientes, pacientes o usuarios de cualquier edificio que presente carencias respecto a lo que necesitemos para lograr sobrevivir a cualquier tipo de accidentes donde no solo podamos terminar lastimados sino sobre todo muertos. Esa es la gran lección 20 años después de la tragedia del Ykua Bolaños