El Salvador de Bukele pasa por una situación singular en los últimos años. El gobierno de populista presidente centroamericano ha traído consigo una serie de cambios en la vieja política de esta nación, que pasó por una larga guerra civil y que expulsó a casi un millón de sus pobladores hacia el exterior como consecuencia.
Bukele empezó con el Frente Farabundo Martí, un grupo de izquierda, y posteriormente construyó su propio liderazgo, que del último encuentro cívico eligió por abrumadora mayoría un grupo de legisladores afines que en los últimos días ha terminado por descabezar a la Corte Suprema de Justicia y echar a patadas al Fiscal General.
Lo que dicen muchos de que ese procedimiento se debe hacer, pero guardando las formas y siguiendo lo que manda la Constitución. Varios organismos internacionales han levantado la voz en contra de Bukele, a quien ven como una continuación del modelo populista tipo Chávez, que al principio hace todo aquello que le gusta a la gente y posteriormente se convierte en una piedra en el zapato de la propia sociedad que no sabe cómo sacárselo de encima.
La cuestión del Salvador requiere soluciones, es cierto, pero dentro de las normas, fuera de ellas, lo único que garantiza es que los salvadoreños que aplaudieron y aplauden las gestiones de Bukele sean los primeros en criticar y lamentarse las consecuencias de estas acciones absolutamente fuera de la norma.
Bukele tiene que volver a la racionalidad y entender de que si los ministros de Corte y el fiscal general no hacen su tarea, pues los mecanismos legales deben ser los establecidos para apartarlos del cargo. Todo lo otro es simplemente la repetición de una historia que ya conocemos y padecemos en América Latina.