Mario Abdo Benítez gobierna para todos, no sólo para católicos
¿Debe ir el Presidente de la República, en misión oficial, a la investidura del primer cardenal de la Iglesia Católica Paraguaya? ¿No debiera ser, en todo caso, una visita de índole privada, sín vinculo alguno con su función de máxima autoridad política de la República?
Bien mirado, ambas preguntas debieran tener un no como respuesta. Como a cualquier otro estado independiente con el que el Paraguay mantiene relaciones diplomáticas, al Presidente de la República del Paraguay le cabe ir de visita oficial a El Vaticano y entrevistarse con su máxima autoridad, el Papa. Tal acto reviste el carácter protocolar propio de este tipo de acontecimientos que generalmente buscan el estrechamiento de vínculos de Estado a Estado mediante acuerdos, convenios, etc. La Constitucion ilumina con claridad el tema: “Ninguna confesión tendrá carácter oficial. Las relaciones del Estado con la iglesia católica se basan en la independencia, cooperación y autonomía”.
Pero en esta oportunidad, el Presidente de la República del Paraguay va a una ceremonia de investidura dentro de una confesión religiosa, la entronización del primer cardenal paraguayo, algo muy caro a los devotos del catolicismo pero que está fuera de la orbita de obligaciones oficiales del Presidente de la República. Hubiera bastado con enviar al viceministro de Culto si es que el Gobierno se siente obligado a tener conocimiento presencial del acto.
Ah, pero el Presidente es muy creyente se podría argumentar. Entonces, ¿no le cabría en este caso una visita privada en compañía de su esposa? Tal vez. Pero ocurre que el señor Mario Abdo Benítez es Presidente de la República las 24 horas. No hay pausa o escapada alguna de esa función formal asumida el 15 de agosto de 2018 y que cesará en poco menos de un año.
Respetamos la devoción del Presidente de la República, pero ha asumido el cargo para gobernar en nombre de todos los paraguayos.
Ya es un despiste pretender que un presidente paraguayo, una vez instalado en el sillón oficial, mantenga equidistancia de los partidos y movimientos políticos, incluido el que lo llevó al poder. Sólo enunciar esta idea causa hilaridad. Ya es duro tener que soportar esta triste realidad de la política criolla como para agregar ahora su versión religiosa, una suerte de revival medioeval con despliegue de incienso, coronas y purpurados.