Si el episodio del ataúd viajero se le hubiera presentado a alguno de los grandes maestros del esperpento -género teatral que deforma la realidad hasta volverla grotesca-, ninguno de ellos, comenzando por su creador el español Ramón del Valle Inclán, se habría animado a adoptarlo como argumento.
Los detalles son escalofriantes: el viaje del cajón con los restos del facineroso abatido en el norte hasta Asunción, su desvío a un penal de mujeres para ser colocado en un catafalco y velado por las internas encabezadas por la hermana del occiso y final traslado a hombros de empleados municipales para ocupar un nicho sepulcral en donde, por añadidura, no estaría mucho tiempo dada la resistencia de la Junta Municipal y de grandes grupos de ciudadanos. Hasta aquí la fase teatral del tema. Ahora veamos el mar de fondo.
El ministro del Interior admitió que fue un error ceder a las amenazas de la convicta hermana del criminal más buscado en los últimos años. ¿Error? Eso, más que error, huele a mal desempeño de funciones por desconocimiento o violación flagrante de la ley al ceder al chantaje de una interna amotinada. La maniobra siguiente es increíble. Ya se había cumplido el paso previo de la autopsia que se llevó a cabo en Dirección de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
Fue entonces cuando el féretro inició su itinerario de película de terror. Primero fue conducido a una funeraria y luego encaminado a una bóveda en el cementerio de la Recoleta. En ese punto, la directora del penal de mujeres, acompañada de la abogada de la familia del occiso, se hizo presente en el lugar ordenando su traslado al Buen Pastor.
La rapidez con que se produjo la maniobra indica que el ataúd no era custodiado por elemento alguno de seguridad, tratándose de un personaje que eventualmente podría levantar algún tipo de reacción en la comunidad, como finalmente ocurrió, con las redes sociales incendiadas ante el tratamiento de privilegio otorgado a un terrorista y a su hermana convicta purgando 14 años de prisión por intento de homicidio.
Todo evidencia una verdadera disolución institucional: un ministerio de Justicia inerte y un ministerio del Interior que aduce tonterías. Todo lo logrado por el esfuerzo combinado de Policía Nacional y Fuerzas Armadas convertido en un grotesco espectáculo público.
Costará reparar todo eso.