viernes, octubre 24

Un presidente y sus adjetivos

El Presidente dirige la acción de cualquier Gobierno y coordina las funciones del resto de personas que forman parte del mismo para beneficiar la vida de la población del país que le toque administrar, personas que de acuerdo a cómo actúe o trabaje el primer mandatario pueden aplicarle calificativos que estén ligados a su forma de ser ante cualquier desafío que se le presente.

Uno de esos presidentes es Nayib Bukele de El Salvador , que aún habiendo finalizado su periodo presidencial el año pasado y luego reelecto continúa siendo el funcionario público más importante del estado salvadoreño. Es un autócrata para algunos, un enviado de Dios para otros. Legisladores salvadoreños abolieron los límites presidenciales y ahora Nayib Bukele podrá permanecer en el poder indefinidamente, algo que a algunos presidentes del mundo les hubiese gustado o gustaría tener por las comodidades que trae consigo ser el “profe”, coach o administrador de cualquier Estado. El mismo que  debe funcionar bien para todo contribuyente, que financiamos las oficinas y salario de los funcionarios públicos, entre ellos al presidente de la república, que en el caso del presidente El Salvador asciende a una suma de $5,181.

 Los problemas actuales de El Salvador incluyen una crisis económica agravada por el aumento de la pobreza, la deuda pública y la corrupción, así como violaciones de derechos humanos como la represión de la libertad de expresión, detenciones arbitrarias y deficiencias en el sistema de justicia, principalmente bajo el estado de excepción. Para muchos salvadoreños, el presidente Nayib Bukele ha sido un regalo del cielo. Al tomar medidas enérgicas contra las pandillas  que ha convertido a su país en uno de los más seguros del hemisferio. El salvadoreño promedio puede pasear por las calles sin miedo, dejar que sus hijos jueguen al aire libre y dirigir negocios sin amenazas de extorsión. Cómo ocurría antes de su gobierno (2019).

Los homicidios han descendido de varios miles al año a poco más de 100, según el gobierno, una tasa inferior a la de Canadá. País que también tiene sus problemas, más afortunadamente no son los mismos que cualquier otro latinoamericano que en lo posible no debemos estar comparándonos con otros lugares, su infraestructura, cultura e ingresos, sino imitar o averiguar cómo han llegado a ese nivel de éxito para intentar llegar a parecerlos para y por el bienestar de los habitantes. 

Una historia de dictaduras

El general Maximiliano Hernández Martínez gobernó El Salvador entre 1931 y 1944 en calidad de dictador y fue el presidente que inauguró el período de gobiernos militares y autoritarios en este país por casi 50 años. Tiempo después aparece un joven de 38 años que es elegido para gobernar/dirigir el caótico país centroamericano. 

Tendrá sus atractivos naturales y artificiales para el nativo cómo el extranjero y pueden servir para llevarnos a dicho país y conocerlo mejor, porque el viajar a donde sea es muy útil para la mente porque la oxigena la mente, como rompe la monotona y aburrida rutina que tengamos en nuestra casa, oficina o donde trabajemos o existamos con otros o nosotros mismos. Aunque cueste creer; el vivir o estar solo hoy día ya es una forma de existir para algunos que buscan a esa otra persona en sus redes sociales virtuales viendo sus publicaciones u observando las fotografías y videos publicados por la persona, que presencialmente puede tener un mejor efecto en la vida del ermitaño/a.

Volviendo a El Salvador cuando los legisladores del partido de Bukele abolieron los límites del mandato presidencial a finales de la semana pasada, los salvadoreños no se opusieron de manera uniforme ni mucho menos. El éxito de Bukele en el restablecimiento de la seguridad lo ha hecho enormemente popular, incluso cuando sus tácticas han hecho saltar las alarmas entre los grupos de derechos humanos. Los mismos alertan sobre el aumento de ataques contra quienes defienden los derechos humanos, la vigilancia policial, amenazas y detenciones arbitrarias, así como sobre la criminalización de la labor de defensores, periodistas y organizaciones de derechos humanos, especialmente en el contexto del estado de excepción. Los salvadoreños tienen la palabra en torno a su destino.