Por Benjamín Fernández Bogado
Cuando se habla de cuestiones económicas, todos estamos en la nebulosa de saber qué es lo que va a traer para el país los tiempos por venir. Lo claro y concreto es que vamos a tener una deuda mucho mayor, con una economía ralentizada a la que le va a costar muchísimo salir de las circunstancias actuales. El endeudamiento parece ser el único proceso de receta que tiene a mano el Ministerio de Hacienda.
Se siguen burlando, y con razón, de aquella famosa carpetita de reforma del Estado que entregó al vicepresidente Hugo Velázquez y que lógicamente generó la risotada general diciendo «se reunieron tantos meses para sacar una carpetita y decir que allí se encuentra la reforma del Estado o la renovación por completo del ogro filantrópico».
Lo que están pensando es la relación cada vez más difícil entre los ciudadanos y sus empleados. Y esto no es un buen presagio, especialmente para una economía que se va a arrastrar todavía por mucho tiempo y que no sabemos qué cantidad de circunstancias incoherentes, contradictorias y conflictivas pueden generarse a su paso.
Aquí se mira solo la economía de los números. La economía hay que mirarla desde el lado de la paciencia ciudadana, de la comprensión del problema o de la irritación convertida en ira. Si esto último acontece, nada de lo que se haya podido planificar desde los números de la economía se pueden transformar en algo que se llama gobernabilidad, o si usted quiere, futuro democrático.