@peztresojos – Emprendedor y Comunicador Social
Varias generaciones crecimos con la premisa: «En la mesa no se habla de fútbol, política ni religión» como una suerte de acuerdo social para no generar discusiones incómodas durante encuentros familiares o con amigos. Hoy en día, si una persona nos dice que cree que la tierra es plana o que cree en los dioses antropomórficos del Olimpo, probablemente la conversación nos tenga sin cuidado, e incluso tendremos ganas de escuchar los argumentos alrededor de esos pensamientos. Si se presenta otra situación similar, pero le preguntamos a una persona cuánto dinero gana y como lo utiliza, habremos transformado los rostros de todos los presentes y probablemente, la persona se habrá ofendido con nosotros.
Uno de los nuevos tabúes de estos tiempos es el dinero y todo lo que lo envuelve. El tabú se instala como la prohibición de algo que no goza de la aprobación social o cultural por una razón no justificada basada en prejuicios. Y en el caso del dinero, podemos decir que la nula educación financiera por parte del sistema educativo convencional, el sobreendeudamiento que aqueja a más del 79% de las personas de nuestro país, la economía subterránea y aunque sea redundante, los prejuicios también conforman esta espiral de silencio entorno a la manera en como manejamos nuestras finanzas.
¿Por qué es importante hablar de dinero? Porque la forma de encontrar soluciones a las problemáticas es a través del diálogo, porque la manera que tenemos de generar cambios de conducta es a través de la experiencia o de conocer otras experiencias, porque tomamos decisiones que parecen acertadas con respecto al dinero, pero realmente estamos desperdiciando oportunidades o pagando extra de manera innecesaria por un producto o servicio, porque guardar dinero abajo del colchón o en una alcancía no es la mejor opción y no hacer un presupuesto familiar y personal puede ser el camino a la ruina, sin importar lo que uno gane. Debemos empezar a hablar de dinero, de cultura de ahorro e inversión, de consumo innecesario y otros males que convierten a los trabajadores en “pagadores de facturas”, para poder generar respuestas a preguntas que hoy nos cobran intereses en nuestras inversiones o gastos.