No debería existir ningún versus, el storytelling (o la forma de atrapar a cualquier audiencia ya sea al inicio de una novela, un libro de historia o incluso un material de estudio científico) no necesita enfrentar con los datos o fundamentos discursivos. En realidad, se complementan si es que sabemos usar las herramientas.
Esta estudiado que los productos químicos orgánicos que cumplen una función y tienen efectos sobre la conciencia y la conducta humana se disparan al escuchar una historia. Elementos como el cortisol (que nos alerta y ayuda a estar atentos), dopamina (recompensa – placer) y la oxitocina aparecen cuando se narra una buena historia. Y esta no es una creencia new age de coaching sin profesión de base que viene con una receta del éxito que ni ellos mismo pudieron aplicar (me refiero claro, a los vende humo, no a un Estanislao Bachrach o un Tony Robbins). Esta estudiado en laboratorio y confirmado con experiencia, las historias funcionan.
Pero en política y en liderazgo no podemos solamente ser unos grandes contadores de historias que emocionen y no tengan profundidad en el contenido de lo que relatan. Esta construcción es necesaria para llegar a objetivos superiores. Si nos quedamos únicamente en lo emotivo: nos limitamos, y si dejamos lo emotivo de lado: perdemos por completo. Es necesario encontrar el equilibrio, sobre todo si estamos ante proyectos a largo plazo.
Los datos estadísticos y las cuestiones técnicas aburren, pero si se cuentan de manera efectiva disparando el cortisol, la dopamina y la oxitocina, podemos hacer que algo tan poco atractivo como una ley tributaria encienda el interés de las personas e incluso que estén dispuestas a prestar atención a datos más profundos que ayuden a fidelizar a la opinión pública con nuestra idea o postura sobre determinado tema.