La situación de la inseguridad paraguaya es bastante dudosa en términos de la incapacidad que el Estado ha demostrado en los últimos casos más sonados que le ha tocado intervenir. La percepción que tenemos es que la policía no está comprometida en la lucha contra el crimen, y que ella es parte de de los mecanismos que tienen que ver con esas sensación de inseguridad que rodean a muchos paraguayos.
Cuando se denuncian casos la policía en vez de decir vamos a buscar a los responsables, los vamos a detener y los pondremos ante la justicia, la sensación de ellos es no tenemos combustible, no tenemos recursos, tenemos que comprarnos nuestra propia balas, así que con esto, realmente poco es lo que yo les puedo dar.
Si la Policía con todos esos pretextos dice que no puede contra la criminalidad, pues ese policía -por una cuestión mínimamente de decoro y ética- debería decir “renuncio a esto, porque no es lo que ustedes esperan que nosotros hagamos”.
La Policía es cuestionada incluso en lugares como Pedro Juan Caballero, donde el Gobernador Acevedo echó a los mismos del Sanatorio donde su hermano, finalmente llevado por la muerte, peleaba por mantenerse con vida.
Nuestra percepción en términos institucionales es aún peor, con fiscales acusados de proteger al narcotráfico por el gobierno brasileño y con una justicia absolutamente venal; estamos completamente inseguros los paraguayos.
Haciendo aquella expresión popular que dice “a lo que Dios es grande” sea parte de nuestra realidad cotidiana en términos de seguridad, y si el propio presidente de la República termina diciendo “Y yo qué puedo hacer?”, ya tenemos el cuadro completo de desafectación y abandono de la sociedad.