Las noticias de las incautaciones de los mayores cargamentos de cocaina en Europa proveniente de Paraguay, pasó desapercibida como si nadie quisiera hablar sobre el secreto mas grande a voces o como que el Patrón mando acallar cualquier opinion al respecto. Siempre me gusta recordar esta historia para entender que siempre hay que ir detras del que maneja los numeros en todos estos negocios de dudosa licitud.
Uno de las historias que me llamo mucho la atención leyendo por internet un fin de semana, fue esta historia que apareció publicado en Clarín y cuenta un suceso hacia los años 20 en USA.
“Manny Sullivan era un oscuro traficante de whisky en los sedientos Estados Unidos de la década del ”20. Al igual que a otros miles de contrabandistas, la llamada Ley Seca —prohibía la producción, venta y consumo de alcohol— le había permitido ganar miles de dólares con un mínimo esfuerzo. Pero no fue por su carrera criminal que pasó a la historia, sino por la forma en que la Suprema Corte resolvió su caso: en mayo de 1927 lo condenó a pagar impuestos por las ganancias que obtenía contrabandeando alcohol.
La resolución de la Corte en el caso Sullivan fue muy cuestionada. ¿Cómo podía ser que el Estado cobrara impuestos por el producto de una actividad ilegal? Sin embargo, las críticas se acallaron en cuanto las autoridades se dieron cuenta de que las nuevas reglas de juego podían convertirse en la herramienta ideal para encarcelar al mafioso más sangriento, poderoso y escurridizo de la historia norteamericana: Al Capone, el Enemigo Público Número 1.
No se equivocaron. Eliot Ness, el famoso jefe de “Los Intocables”, había fracasado en obtener pruebas suficientes para juzgar a Capone por sus crímenes, por el contrabando de whisky o por manejar juego ilegal. La persecución impositiva terminó siendo la clave para destruirlo: el caso Sullivan permitió que, el 24 de octubre de 1931 —hace 70 años—, el gran capo mafioso de Chicago fuera condenado a 11 años de cárcel por no pagar impuestos sobre sus ganancias. Fue el fin de su imperio.
El 6 de octubre empezó el juicio. Capone apareció vestido con un discreto traje azul, sin su clásico anillo de diamantes, pero con una sonrisa burlona. Sus hombres habían sobornado a los doce miembros del jurado.
La sonrisa se le borró pronto. Apenas entró a la sala de la Corte Federal de Chicago, el juez Wilkerson dio una orden insólita: “En la sala de al lado está empezando otro juicio. Lleven para allá a los integrantes de este jurado y traigan a los que están allí”. Capone se quedó helado.
El 17 de octubre llegó el momento de los alegatos. El fiscal Johnson, un hombre de gruesos anteojos de marco dorado, se paró frente al jurado y señaló a Capone: “¿Quién es este hombre? ¿Es un boy scout que se encontró con un tarro lleno de oro al final de un arco iris? ¿O es Robin Hood, como sugiere su abogado? ¿Acaso pagó 8.000 dólares por una hebilla de cinturón hecha de diamantes para dársela a los pobres? No. ¿Compró 6.500 dólares de carne para regalarla? No. ¿Alguna vez se lo vio ligado a un negocio legal? No. ¡Y su abogado todavía insiste en que este hombre no tiene ningún ingreso!”, gritó.
Fue muy convincente. Tras nueve horas de debate, el jurado declaró a Capone culpable por tres cargos. Una semana después, lo condenaron a 11 años de cárcel. El mafioso escuchó la sentencia con una sonrisa amarga. Lo esposaron y lo sacaron de la sala. Antes de salir, se encontró con Eliot Ness. “Algunos tienen suerte. Yo no. De todas formas, el negocio me estaba generando demasiados gastos. Deberían legitimarlo”, le dijo Capone.
Ness le respondió: “Si fuera legítimo, vos te alejarías de este negocio”. Fue la última vez que se vieron. Y todo por culpa de un sucio traficante llamado Sullivan.
Cualquier parecido con la realidad… es pura coincidencia!