- Traición al jefe. La traición es un término cruel. Decirle traidor a alguien es una ofensa mayor. Pero también puede ser un despropósito. Sobre todo en los hombres de poder. El poderoso siempre exige lealtad a ciegas, pero generalmente no la da. Hay lealtades mal entendidas. Lealtad no es sumisión ni pertenencia. La lealtad es un camino de ida y vuelta. La lealtad es un compromiso recíproco. Los jefes también tienen que ser leales con sus empleados. Entonces, cuando un político se queje de una traición, no hay que comprarle su acusación a la primera.
- Traición a la palabra. El respeto a la palabra es una de las grandes virtudes en política. Pero tampoco hay que tener una visión tan romántica. Ningún político ha tenido palabra inmaculada. Hay ocasiones en que las circunstancias de los demás, obligan a corregir el rumbo. Todos se vanaglorian de mantener su palabra. Pero eso en política, la mayoría de las veces, es un recurso retórico. No porque no haya convicciones personales, pues por encima de éstas, a veces está el bien de los demás. Sin embargo, el político debe tratar de cumplir siempre con su palabra.
- Traición a los amigos. Los amigos tienen que entender a los amigos, pero no siempre sucede así. Se habla mucho de que el político suele traicionar a los amigos cuando llega al poder. Podrán tener razón, pero hay que considerar siempre que el gobierno no es una agencia de colocaciones y que no hay trabajo para todos. Y demás, que ser gobierno es una cosa seria y que no todos tienen el perfil y la experiencia para estar en él. Sin embargo, hay políticos que olvidan a sus amigos cuando están en el poder. Deben recordar entonces, que ya no estarán ahí, cuando no tengan ya el poder.
- Traición a la familia. Es una de las traiciones más frecuentes en la política. El político se envuelve en una agenda agobiante e ilimitada: la agenda del poder. Y descuida a su familia. Ya no tiene tiempo para las cuestiones domésticas ni sentimentales. Cree que la familia tiene el derecho a comprenderlo. Cree que tiene derecho a dedicar más tiempo a la política y huye de las reuniones familiares. También de sus conversaciones. No sabe que cuando ya no tenga poder, el único refugio será la familia.
- Traición al partido. Todo político que gana un cargo público se olvida del partido o de los partidos que lo llevaron al poder. Cree que ganó la elección por su carisma, trayectoria y talento. Cree que ganó la elección a pesar del partido y no por él o por ellos. En la patología del poder, siempre se da este padecimiento. Por eso una vez en el cargo ya no recibe a sus dirigentes y borra de su memoria a aquellos que en campaña le suplicó que lo ayudaran.
- Traición a los aliados. Los aliados en política duran mientras dura la conveniencia de estar juntos. Hay quienes participan en las campañas, apoyando con recursos y tiempo, esperando futuros favores del político. Solo unos pocos lo consiguen. Los demás se sentirán traicionados por el político y su equipo. Siempre sucede. Por eso, antes de invertir e ilusionarse en una campaña, sepa muy bien a qué se atiene.
- Traición a sí mismo. Todo político cambia con el poder. Se vuelve irreconocible. Se intoxica de soberbia, que a veces quiere disimular con arranques de falsa humildad. La traición a sí mismo es la renuncia a lo que se es. Que lo traicionen otros tiene su lógica y justificación. Traicionarse a sí mismo, no.