- Se cree la voz del pueblo. Tal vez sea el rasgo más común del político populista. En su lógica, el pueblo necesita una voz que sea escuchada, y esa es la suya. Para eso ha nacido. Es su misión en este mundo. En el discurso del populista siempre el pueblo es idealizado. Venerado. El pueblo es intocable. Y el político populista asume la defensa del pueblo. Nunca habla por sí mismo. Siempre se escuda en lo que el pueblo quiere y manda. Y el pueblo se deja querer. Le gusta que el populista le hable al oído. Que lo adule. No hay populista sin pueblo complaciente.
- Inventa sus propios enemigos. El populista siempre tiene que tener un referente de maldad. Ante el buen pueblo, tienen que existir los otros: los malos. Los enemigos que lo explotan y le mienten. Los privilegiados. El populista encuentra su razón de ser en sus enemigos. Enemigos a quien llega a venerar íntimamente. Su disputa con ellos le da la razón de ser el representante del pueblo. Por eso hace de la polarización su estrategia favorita. El populista siempre necesita el pleito.
- Se guía por el resentimiento. El populista está convencido de que el pueblo ha sido agraviado y lo azuza. Lo provoca. Empatiza con él. Si el pueblo está resentido con quienes le han fallado, el político populista tiene que hacer lo propio. El populismo es una respuesta al fracaso de la igualdad y la justicia que viven millones. Para solidarizarse con el pueblo, el populista termina compartiendo su resentimiento. Entonces, el resentimiento no solo es parte de un escenario político, sino pasa a ser una convicción propia. Un rezo para el enfrentamiento.
- Es autoritario. Para el populista, el poder no puede cuestionarse porque emana del pueblo. Y el pueblo tiene la razón y el monopolio de la verdad. Por eso construye un cerco ideológico, para que no entren las ideas de los enemigos. La libertad de opinión solo es válida desde el credo que profesa el líder. Y solo para halagarlo. Ante el populista no hay medias tintas: amigos o enemigos. Estás conmigo, o contra mí. Solo hay una voz: la de él. Y del otro lado, la obediencia sin reservas. No le interesa debatir ideas. El discurso del político populista es un monólogo. Un monólogo interminable.
- El victimismo es su doctrina. El populista sabe que el lamento se anida en la condición humana. Esta ahí, en sus cimientos morales. Siempre hay seres y circunstancias que nos agravian. Que nos tienen sin ilusiones y sin futuro. Somos herederos de desgracias y de olvidos. Somos víctimas del destino, de la historia, de los malos gobiernos. El populista le grita a la masa: «El mundo es injusto, pero no para todos».
- Es manipulador y habla mucho. Para el populista la masa siempre es manipulable. La manipula desde los sentimientos, los símbolos y la propia realidad que padece el pueblo. El mayor objetivo del político populista es mantener al pueblo enojado. Por eso es una máquina de hablar. De hablar mucho, de hablar siempre. No puede permitirse ninguna expresión de aliento. Si acaso, apenas un dejo de nostalgia por las cosas buenas del pasado y que hoy no se viven.
- Es víctima de sus propias mentiras. Lo que comienza con una mentira premeditada, como una justificación política, termina siendo como un credo. Un catecismo que repiten miles de seguidores. La mentira muta de la estrategia discursiva, a la convicción fanática. El político es devorado por sus propias mentiras.
Culiacán, Sinaloa, miércoles 26 de julio de 2023. Twitter @guadalupe2003