- En la esquina de un semáforo. El semáforo está en rojo. El conductor baja su cristal con cierta desconfianza. El candidato se acerca, voltea hacia la cámara del celular de su auxiliar, esboza una sonrisa fingida y le entrega un volante con su foto y propuesta de campaña. Se presenta con su nombre. Vuelve a sonreír fingidamente y hace como que comienza un diálogo. Todo para la foto. Breves segundos. El candidato agradece y el conductor sigue su marcha.
- En un Mercado. El comerciante de verduras está acostumbrado a recibir en cada elección a decenas de candidatos que recorren todos los puestos del mercado. Le dan la mano, hacen como que van a comprar pero no compran, le entregan su propaganda y las fotos para la red se multiplican por parte del equipo de campaña. Dan su nombre y extienden su mano. Suplican su voto. Y le dicen lo de siempre, que estará muy atento a la demanda de los comerciantes, a que les recojan a tiempo la basura, que no los multen nada más por que sí. En fin, lo de siempre.
- En un modesto restaurante. El candidato debe hacer ver a sus electores que es un comensal del pueblo. Que de ahí viene. Que prefiere la comida de la fonda, el modesto puesto de fritangas, antes que los grandes restaurantes. Y ahí, para la foto, anuncia que está comiendo unos tacos, una birria o un pozole. Como si eso fuera una gracia. Como si eso anunciara lo humano que es, lo común que es, lo pueblo que es.
- Abrazando a un anciano. Las fotos de políticos más clásicas es cuando se abraza a un anciano o carga en brazos a un niño. De tan usada esta escena, ya no conmueve a nadie. Han sido millones de fotos tomadas en ese sentido. Es comunicación vieja que aún sigue usándose. Ya no es tan fácil conmover a los públicos. Ya no compran a la primera lo que se les quiere vender en materia de sentimentalismos y campañas políticas.
- Visitando una vivienda. Por las calles polvorientas de una colonia o una comunidad, a las once de la mañana, un candidato en solitario toca la puerta de una vivienda. Sale a recibirlo, cuando lo reciben, una señora con una expresión de tristeza. El candidato se esfuerza por contagiarle su alegría, por incorporarla a un diálogo lleno de promesas si vota por él y gana la elección. Con su ropa de campaña impecable, tenis de marca, el candidato posa para la foto, pensando que ésta puede esconder la soledad de su monólogo.
- En un mitin. La foto de un mitin siempre es más entusiasta que el propio mitin. Los actos de campaña se vuelven cada vez más aburridos. La gente ha dejado de ver en la política un dejo de esperanza. Hay, en el mejor de los casos, resignación. Hay una crisis de buenos oradores. La gente no se emociona con los discursos y se pregunta qué está haciendo en esa reunión en la que le han pedido que finja entusiasmo y que aplauda de vez en cuando a un candidato que le aburre.
- Tomándose una selfi. Fingir hablar con la gente no es fácil. Para empezar, la gente quiere ser escuchada, y ya no escuchar a los candidatos porque no les cree. Mejor tomarse una selfi y hacer como que todos sonreímos. Que confraternizamos. Que nos entendemos. Autotomarnos una foto amable, intrascendente, que a lo mejor nunca volvamos a ver.