- Reconozca su soberbia. Mírese en soledad frente al espejo. ¿Cómo se ve? ¿Cree que está haciendo bien las cosas? ¿Qué tanto le cree a sus aduladores? Lea con detenimiento a sus mejores críticos. Ponga atención a sus enemigos. Sepa qué dicen de usted y su gobierno. Analice. Y si todos lo califican de soberbio, entonces piense que sí lo es.
- Tenga humildad. La humildad es una virtud cuando se mira hacia dentro de uno mismo y se reconocen ciertas limitaciones y debilidades. Acéptelas y guárdelas para sí. Actúe en consecuencia. No habrá nadie en el mundo que no las tenga. Pero no trate de engañar a su espíritu. Hay virtudes que la vida no le dio. Dé la vuelta a todo eso. Mejore. Pero nunca transforme sus debilidades en rencores hacia los demás. Ser humilde requiere una gran fortaleza interna. Además una gran astucia para que no lo vean nunca débil ni vulnerable. Como les sucede a los políticos soberbios que se creen los elegidos.
- Luche contra su frivolidad. Se es frívolo en política cuando no se toman en serio las cosas serias. Cuando se le quiere dar a los asuntos graves un tratamiento ligero o cómico. Cuando se quiere minimizar o esconder las realidades que duelen. Que indignan. La frivolidad se ha convertido en una pandemia moderna en la política. Abundan políticos que se creen simpáticos. Que desde el poder pueden decir cualquier cosa para desmentir la realidad. Que creen que la gente exagera sus problemas y sus quejas. Al político frívolo no le gustan los problemas. Lo distraen del disfrute vanidoso de su poder.
- Sepa corregir sus errores. El librito de la política recomienda no reconocer públicamente los errores de un político, pues eso demuestra debilidad. Pero la gente es mucho más inteligente que eso. Dice el Eclesiastés que no se puede tapar el sol con un dedo y en política no es la excepción. La soberbia es mala consejera cuando se trata de enfrentar las realidades de los gobiernos. Un buen político debe saber modificar sus rumbos. Corregir sus errores. Recordar que es humano. Un ser imperfecto y contradictorio.
- Reconozca las virtudes de sus enemigos. Decía Plutarco que los enemigos son nuestro referente. Por ellos sabemos quienes realmente somos. Dice la cortesía política que no existen enemigos sino adversarios. Pero eso en la realidad no funciona así. Para poder tomar decisiones adecuadas, el político debe conocer muy bien a sus enemigos. Además de sus debilidades, tiene que reconocerle sus virtudes y fortalezas. Si no, nunca podrá vencerles.
- Usted no será eterno en política. Toda profesión llega a un fin. Inclusive el poder tiene fecha de caducidad. No se imagine eterno porque eso es una de las patologías de la política. No se llene absurdamente de enemigos: ellos estarán ahí cuando usted ya no tenga el poder. Y no olvidarán las ofensas, menos si estas fueron injustificadas. Las personas somos lo que somos por lo que somos.
- No se enamore de la mentira. El ejercicio de la mentira en política puede convertirse en una enfermedad incurable. Hay quienes piensan que es un recurso a veces necesario para gobernar. El problema es que termina convirtiéndose en un hábito y luego en una adicción absurda. Mentir por mentir. El político suele enamorarse de sus propias mentiras. Las repite como hábito. Las reza en público como un catecismo.