Cristian Nielsen
El siniestro mensaje grabado en las “piedras del hambre”.
Fue una mañana del 11 de noviembre de 1.417. El rio Rin, que baña Alemania, Francia, Suiza, Holanda, Austria y Liechtenstein, se estaba quedando sin agua y exhibía sus costas pedregosas y sus bancos de arena interminables. A través de los amplios vitrales de la Catedral de Constanza se podía contemplar el también disminuido espejo de agua del lago Constanza, mientras en el interior del edificio gótico, la reunión conciliar ponía fin al Cisma de Occidente con sus tres papas reinando al mismo tiempo, Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII.
Gran parte de Europa padecía una sequía extrema. Se empezaban a sentir los primeros latigazos del hambre con grandes extensiones de cultivos perdidos a raíz de la ola de calor y de la escasez de agua.
Uno de los ríos más largos de Europa es el Elba, que tiene sus nacientes en los Sudetes de la actual república Checa. Con sus 1.161 kilómetros riega una cuenca de 144.000 kilómetros cuadrados para desembocar en uno de los puertos más grandes del mundo, Hamburgo. En 1616, el año de la muerte de dos gigantes de la literatura, Shakespeare y Cervantes, el Elba llega a su bajante máxima y para los supersticiosos de aquella época, se trataba de un preludio del fin del mundo.
Por eso las inscripciones en las piedras.
PIEDRAS DEL HAMBRE – Con cada bajante extrema, el rio Elba deja expuesto, como un cadáver en descomposición, su lecho rocoso con piedras labradas y pulidas por millones de años de torrentes continuos. Desde sus nacientes en Decín, ciudad checa, hasta su desembocadura en el Mar del Norte, las riberas el rio van dejando expuestas, con bajantes como la que actualmente lo afectan, diversas inscripciones que documentan sucesivas etapas de sequía, estiaje y, consecuentemente, de carestía, escasez y, finalmente, hambruna.
Por eso las inscripciones.
En 1417, un lugareño quiso dejar este mensaje a orillas del Elba en Alemania: “Si vuelves a ver esta piedra, llorarás. Así de superficial fue el agua en el año de 1.417”.
Otro fue algo más alentador. Un poblador de Worms, a orillas del Rin, talló este mensaje ese mismo año: “La vida volverá a florecer cuando esta piedra haya desaparecido bajo el agua”.
Más allá, de nuevo la onda negra. “El que una vez me vió, lloró. Quien ahora me vea, también va a llorar”.
Y así fue, ciclo tras ciclo. Aparte de 1417, los ríos de Europa se secaron también en 1616, 1707, 1746, 1790, 1811, 1830, 1842…
EUROPA VERDE – A Europa la cruzan ríos de todas las magnitudes. Desde el caudaloso Volga hasta el extenso Danubio, los ríos son la fuente de vida de un territorio de mas de 10.500.000 kilómetros cuadrados y 750 millones de habitantes. Allí se cultivan al año 173 millones de hectáreas para producir un promedio anual 306 millones de toneladas de cereales, 11 millones de toneladas de frutas y hortalizas, dar de beber a 78 millones de cabezas de ganado y dar vida a un sinnúmero de otros productos del agro que necesitan un constante suministro de agua potable para mantener su ritmo de producción.
Hasta la aparición de la agricultura moderna mecanizada y la globalización de la economía, Europa dependía de sus cultivos para autoabastecerse de alimentos. Pese a haber desarrollado sistemas de riego desde épocas remotas, la sequía era una condena segura al hambre si se extendía más de lo habitual.
Las piedras con inscripciones aparecieron en siete oportunidades en el siglo XIX. Y cada una de ellas coincidió con la escasez de comida. Los alemanes, con típico humor negro, terminaron bautizándolas hungersteine o piedras del hambre. Y no es necesario remontarse demasiado en el almanaque para tener versiones modernas de estos periodos de escasez que muchos creyentes vinculan con castigos divinos. Entre 1946 y 1947, a poco de finalizar la II Guerra Mundial, los alemanes se hundieron en el denominado hungerjhar o el año del hambre. Claro que esta vez la culpa no fue de la sequía sino de algo mucho más letal: la guerra y su secuela de destrucción, enfermedades y muerte.
¿Y AHORA? – “Europa se muere de sed” (Europe is dying of thirst) gritaba el titular de un periódico londinense. ¿Exageraciones? Veamos. En Inglaterra se prohibió, so pena de fuertes multas, regar jardines y lavar autos. Noruega, que se autoabastece de energía con represas hidroeléctricas, debió cortar la exportación de sus excedentes debido a la escasez de agua en sus embalses. En Roma, los turistas se refrescan en alguna de las 1.200 fuentes ornamentales que adornan la ciudad desde la época imperial. En Holanda, el ministro del agua pidió a los ciudadanos que acorten sus duchas. En Francia, 100 municipios se han quedado sin agua y los camiones cisterna no dan abasto. “Esto es inédito, nunca vimos esto antes. Lo malo es que no hay señales de que vaya a mejorar” advertía el ministro de Transición Ecológica (¿?).
La gente no tiene porqué saberlo, pero esto no es nuevo. Ya pasó antes y, probablemente, con efectos peores a los actuales.
Lo dicen en silencio las “piedras del hambre”, con tétricos mensajes que llegan desde el pasado.