Cuando irrumpió el SIDA en el mundo, allá por los comienzos de la década del 80, en todo el orbe se formaron organizaciones y grupos centrados en la educación sexual, y hasta Naciones Unidas creó ONUSIDA para enfrentar esta pandemia.
Desde el 2010, las nuevas infecciones por el VIH descendieron alrededor de un 23%, desde 2,1 millones hasta 1,7 millones en el 2019, según estadísticas de ONUSIDA. Hoy en día, con retrovirales, millones de afectados tienen una buena calidad de vida y sin el estigma de las sospechosas miradas, como en los inicios de esta pandemia.
La pregunta que comparto es, si luego del COVID 19, la vida habrá cambiado tanto como para soñar con otros paradigmas o utopías, luego que se supere el miedo mundial y disminuyan las lamentables estadísticas. Según Fernando Savater (filósofo español) no hay que esperar mucho. “Han ocurrido varias guerras y el final no fue mejor. En tiempos de malestar, no sale lo mejor de la condición humana, sino por el contrario, el odio, rencor y revancha quedan en carne viva… Es luego de las situaciones del estado de bienestar, donde pueden surgir nuevas ideas y renovadas esperanzas”.
Hace poco menos de un año, conversando con mi compañero de Universidad, el doctor Carlos Pressman, (autor de “Letra de Medico”), especialista en Gerontología (recomiendo su charla “Vivir 100 años”, disponible en -https://www.youtube.com/watch?v=bjYqreeUpiE), me dejó la siguiente inquietud: “No falta mucho tiempo para que entremos en una cabina como el cajero de un banco, la máquina nos escanee y salgamos con el diagnóstico o resultados de estudios sanitarios, con solo introducir nuestra tarjeta médica.” Los avances de la telemedicina son innegables y el mundo debería aprovechar el desarrollo científico alcanzado, sin distinciones de continente, sexo, raza o condición social.
Es aventurado sacar apresuradamente conclusiones del COVID 19, pero hay dos aspectos que podemos enumerar: la Organización Mundial de la Salud no tuvo un papel muy feliz con sus afirmaciones, contrasentidos y desmentidos, y deberán pensar sin duda, en su reestructuración. La otra, el estado de Salud Pública de diferentes países del mundo, quedó al desnudo en su precariedad, la falta de inversión o el débil sistema inmunológico de su población.
En medio de la saturación de información sobre el COVID 19, vuelve a mi memoria aquella declaración: ¿No será acaso éste, el momento propicio para que concentremos nuestras fuerzas en evitar una próxima pandemia, como ya lo está planteando la Canciller Ángela Merkel a los Estados de la Unión Europea?
No cabe duda que en buena parte del mundo la salud pública es un bien preciado y gratuito. La telemedicina, cada vez será algo más normal y es difícil imaginar un mundo seguro, un hogar común a nivel global, sin tener asegurada la salud para todos y todas. Ya existen algunos países donde se aplican estas terapias. El problema es el mismo de siempre. Los que tienen acceso a la tarjeta médica son muy pocos. Y muy pocos fueron seguramente los primeros contagiados de COVID 19. Pero bastó un simple aleteo de mariposa para que la enfermedad se expandiera vertiginosamente por todo el planeta, sin hacer distinción de regiones, clases sociales, religiones, culturas o etnias.
Sería un magnífico aprendizaje de una experiencia tan dolorosa, que el concierto de Naciones y otras organizaciones mundiales, pudieran potenciar el íntimo vínculo que existe ente Internet y Salud Pública Mundial. Acumular menos riquezas, superar la codicia de la condición humana y distribuir mejor los recursos sanitarios, puede ser el desafío del Siglo XXI y de la salud del planeta. El futuro no espera, el presente nos castiga. O miramos muy de cerca la realidad o podremos ser en cualquier otro desgraciado momento, un número más de las lamentables estadísticas.