Europa está elastizando lentamente sus rígidas condiciones de convivencia impuestas por la pandemia y empieza a recobrar algo de su vida anterior. Pero contra lo que algunas alegres crónicas provenientes del viejo continente respecto al comportamiento de sus habitantes insisten en difundir, el clima está lejos de un relajamiento y sí muy atado a la prudencia y al ejercicio de la responsabilidad personal.
Las fronteras se han reabierto y hoy es posible tomar un tren en Paris, atravesar el Eurotunel y bajarse en una estación de Londres. Pero para hacer ese trayecto, el viajero debe llenar papeleos cómo sólo existían antes de que la Unión Europea derribara todas las barreras fronterizas, de aduanas y de migración.
Antes de abandonar la terminal, el viajero debe llenar un formulario en el que da cuenta de detalles como procedencia, destino, lugar de residencia, tiempo que piensa quedarse, si viaja solo o acompañado y actividades que desarrollará. En el tren, los pasajeros no pueden tener sentado a nadie al lado, no hay servicio de bufet y los baños sólo se habilitan en casos de emergencia.
Por un momento, se pensó que la UE habilitaría una especie de pasaporte sanitario que documentara la condición de salud de su portador. Pero desistieron de la idea por impráctica e inconducente. En su lugar se impuso la declaración jurada de estar gozando de una salud razonablemente normal. Europa eligió confiar en la palabra de sus ciudadanos pero no en forma irrestricta sino constatable mediante controles aleatorios, tal como se hace en los aeropuertos con el contenido de los equipajes. Basta una medición de la temperatura corporal para verificar si el viajero es persona de palabra o no.
¿Qué nos permite inferir esto? Que, hoy más que nunca, cobran singular relevancia la responsabilidad personal y el valor de la palabra. Alguien definió responsabilidad como la capacidad de las personas de hacer lo correcto aunque nadie esté mirando, por puro compromiso ético, que es la forma como se diferencia lo que está bien de lo que está mal. Y se obra en consecuencia sin importar el costo.
La “nueva normalidad” de la que tanto se viene hablando descansa, en gran medida, de ese ejercicio de la libertad responsable, que debe impulsarnos a cuidar no sólo el interés personal sino también el de todos.