jueves, abril 25, 2024
22.9 C
Asunción

Río trágico

Por Cristian Nielsen

 

Creo que fue a las 8 o las 9 de la noche del 10 de febrero de 1978 –el año del mundial de Argentina- cuando la noticia empezó a repiquetear en todas las redacciones de Asunción, tanto de diarios como de las radios más vocacionalmente noticiosas. Se decía que una embarcación de pasajeros se había hundido en las cercanías de Concepción y que, al parecer, había muchos muertos.

Luego se sabría que aquella tragedia iba a superar en mucho a otras ocurridas en el río Paraguay, una de ellas, muy cerca de Asunción.

LA “MYRIAM ADELA” – Aún hoy, en los tiempos del ómnibus, el automóvil y el avión, el viaje por rio sigue siendo una alternativa no pocas veces única.

El rio Paraguay ha sido desde siempre la autopista ideal para transportar pasajeros y carga. Por él transita todo tipo de embarcaciones. Como cita Mario Halley Mora en “Yo anduve por aquí”, “famosos eran algunos barcos que iban al norte y al sur con pasajeros y carga, la mayoría a vapor y con grandes paletas giratorias a babor y estribor, como el ‘Pingo’, temido por su falta de estabilidad…” característica que acabó en naufragio mientras navegaba frente al Deportivo Sajonia durante una fuerte tormenta.

El “Myriam Adela” era una embarcación de pequeño porte que había salido de Asunción con 26 pasajeros y algo de carga, haciendo puerto por el camino en numerosos puntos, incluidos embarcaderos de estancias ubicados a ambas márgenes del río.

Cuando se aproximaba al entonces puerto Kemmerich -hoy puerto Abente-  la nave estaba atiborrada con más de 7.000 kilos de mercancía diversa y 160 pasajeros. Era el ambiente habitual de a bordo que relataban los viajeros fluviales: espacios atestados, calor, incomodidad y una indefinible combinación de olores provenientes de mercancías, combustible y emanaciones humanas. Ese 10 de febrero, todo lo que la gente quería era llegar, la mayoría, al destino final, Valle Mí.

Pero a las 19.30, algo ocurrió y la tragedia se desató.

TORNADO, SOBRECARGA… — Por mucho tiempo se discutió si el siniestro se desató a partir de fuertes vientos que tomaron de través a la nave o si se debió a una desestabilización producto de la sobrecarga que modificó drásticamente su centro de gravedad.

O una combinación de ambos eventos.

Testigos cercanos del naufragio vieron como la lancha se recostaba sobre una de de bandas y luego se hundía lenta pero firmemente en las turbias aguas del rio. A partir de allí y difundido el hecho, puerto Kemmerich pasó a ser la cabecera de todos los despachos periodísticos porque el rescate de sobrevivientes iba a convertirse en una de las operaciones más complejas y extendidas de que se tiene memoria en la historia de las tragedias fluviales en el país.

Instalados los periodistas en aquella prácticamente desértica ribera del rio Paraguay, los primeros reportes eran confusos, sobre todo en el tema principal: si había muertos, o sobrevivientes, listas de nombres. Primero aparecieron tres cuerpos, luego una decena y al cabo de 17 días, se recuperaron más de 40. Los buzos trabajaban en condiciones inimaginables, en medio de un agua turbia, barrosa, con una fuerte correntada que lo arrastraba todo.

Finalmente, tras 17 días de lucha contra condiciones muy adversas, una grúa de la Armada pudo sacar del fondo limoso a la semi destruida embarcación. Relatos de la época hablan de un panorama inenarrable, verdaderos documentos del horror debieron haber vivido los ocupantes atrapados en el interior de la embarcación. “Dentro de la nave –relata ABC Color- la imagen fue una que probablemente ninguno de los presentes podrá borrar de su memoria: 38 cadáveres sujetos a las puertas o barandales del barco, padres e hijos abrazados y cuerpos aplastados por los restos de madera. Fueron reconocidos 20 cuerpos y los restantes debieron inhumarse sin ser identificados”.

Perecieron ese día 113 personas, muchas de ellas niños de corta edad.

TRAVESIA TRUNCA – Veintiséis años antes del naufragio del “Myriam Adela” el río Paraguay se había cobrado otra cuota de víctimas, como una especie de deidad insaciable agazapada en las profundidades de su cauce.

El 14 de diciembre de 1952, la pequeña motonave “DonLuis” había partido de Asunción con rumbo a Villa Hayes, sede principal del CIMEFOR, los cuarteles en donde prestaban servicio militar los estudiantes que aspiraban a ser oficiales de reserva. A bordo viajaban familiares de los conscriptos quienes, aprovechando el domingo, compartían el día con sus hijos y de paso disfrutaban de la soleada Villa Hayes.

Pero a la altura de puerto Botánico, la embarcación chocó contra un obstáculo sumergido –rocas o raigones-, dio una especie de salto en el agua producto de la velocidad  y quedó a la deriva, empezando a hundirse rápidamente. El pánico se apoderó de sus ocupantes. Unos se lanzaron al agua intentando agarrarse de objetos flotantes y otros, probablemente paralizados por el terror, se fueron al fondo con la nave.

Ese día murieron 26 personas y dos fueron dadas por desaparecidas.

Dos tragedias de las muchas que jalonan el río epónimo desde aquel día de 1.528 en que Sebastián Gaboto, al servicio de la corona española, lo navegó hasta llegar a su confluencia con el Pilcomayo, siendo así el primer aventurero en echar un vistazo a las costas de la hoy Asunción del Paraguay.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

Más del autor