Comentario 3×3
Por Benjamín Fernández Bogado
Una de las grandes luchas a nivel global es la cuestión de las identidades. El proceso prepandémico ha estado dominado por la búsqueda de las identidades de manera dramática, con confrontaciones que han excedido todo margen de racionalidad.
El asesinato de un profesor en Francia, degollado por sus alumnos adolescentes, conducidos por un fanatismo islámico sin ningún sustento racional, ha vuelto a sacudir profundamente los cimientos de ese concepto de ser un mundo cada vez más amplio, abarcante y también solidario frente a aquellos que afirman que Francia ha perdido la batalla desde el momento que ha admitido a más de cinco millones de seres humanos que se inscriben a la religión musulmana, que no necesita necesariamente ser explicada como fundamentalista, extremista, guerrillera o peligrosa.
Esto surge de algunos grupos que están tratando de reivindicar visiones históricas como los Califato en la antigua Siria, y que están tratando de extender el terror como un mecanismo disuasorio de ese poder global abarcante que ha sido la característica de finales del siglo pasado, como se graficó en las acciones del grupo Al Qaeda, liderado por el hijo de un hombre rico de Arabia Saudita, Osama Bin Laden.
Es el tiempo de mirarnos como una conjunción armónica en un mundo en el que cada vez se lucha más para tratar de no parecerse a aquello que no es de uno, pero donde convive físicamente con esos diferentes.
Una de las grandes conquistas humanas, indudablemente desde el 14 de julio de 1789, ha sido la de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, y este último concepto es el que necesita ser redescubierto, valorizado o construido dependiendo de que, dependiendo de qué grado de la evolución humana nos encontremos. Hay que recuperar el sentido histórico de la fraternidad.
