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Querían hacer bombas “buenas”

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Cristian Nielsen

Hace hoy 30 años, en un sitio de pruebas ubicado en el estado norteamericano de Nevada, se producía el que sería el penúltimo de una serie de “ensayos nucleares” que EE.UU. desarrolló entre 1951 y 1992.

Cada prueba implicaba la detonación de artefactos atómicos de variada potencia y sus efectos, sobre todo lumínicos, podían ser observados desde 180 kilómetros a la redonda. Estos macabros fuegos de artificio se habían iniciado en julio de 1945 en el distrito de Alamogordo, una ciudad del sur del estado de Nuevo México.

En esos días el Proyecto Manhattan, que reunió a los físicos nucleares más celebres del mundo libre, había logrado fisionar el átomo de plutonio haciéndolo estallar con una potencia equivalente a 20.000 toneladas de TNT. El módulo Trinity sería replicado a continuación en dos versiones, la bomba Little Boy que sería arrojada sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y la Fat Man, que tres días después caería sobre Nagasaki.

De Alamogordo, las pruebas en el terreno dejaron Nuevo México y pasaron a realizarse en el denominado Nevada Test Site (NTS). 

HONGO ATOMICO A LA VISTA

Las Vegas tuvo un gran impulso gracias a dos hechos que marcaron su éxito como centro de entretenimiento. En 1931, los casinos fueron legalizados en el estado de Nevada y ese mismo año empezó a construirse no lejos de allí la central hidroeléctrica Hoover (Hoover Dam) que inundaría de luz toda la región desatando el boom de casinos, juegos de azar, hotelería, entretenimiento y negocios.

La afluencia de turistas era tal que para cuando el primer hotel casino de la ciudad puso en actividad sus 3.626 habitaciones, 7.500 metros cuadrados de juegos además de un restaurant y un teatro de comedias, las reservas debían hacerse con seis meses de anticipación.

Entonces, ocurrió. Fue el 6 de febrero de 1951 que la pacífica población de Las Vegas observó en el horizonte un brillante destello seguido de una horrísona explosión mientras se elevaba una columna de humo lleno de relámpagos y relumbrones que terminó por disolverse a gran altura en forma de hongo.

Aquello era demasiado grande y potente como para limitarse a un accidente con explosivos o escapes de gas. Luego se supo que en un polígono de pruebas ubicado 100 kilómetros al noroeste de la ciudad, los militares habían detonado el artefacto llamado Fox, una bomba atómica de pruebas con una potencia equivalente a las que habían borrado del mapa a las ciudades-martir japonesas al final de la Segunda Guerra Mundial.

LAS BOMBAS “BUENAS”

Aquellos juegos pirotécnicos siguieron hasta 1963, cuando se decidió eliminar los ensayos nucleares de superficie reemplazándolos por detonaciones a gran profundidad en la corteza terrestre. 

La insistencia en seguir con este programa apuntaba a demostrar que los explosivos nucleares podrían utilizarse con fines pacíficos, por ejemplo, la construcción de canales o la realización de grandes movimientos de tierra. Para el efecto, se diseñó el denominado Proyecto Plowshare (reja de arado) utilizando dispositivos nucleares cinco veces más potentes que la bomba de Hiroshima. Sus impulsores se permitieron incluso apelar a un pasaje bíblico que dice “y convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas…”. 

Los científicos nucleares habían hecho volar su imaginación con propuestas muy jugadas: ampliar el canal de Panamá, convertir el esquisto bituminoso en petróleo, conectar acuíferos subterráneos de Arizona, construir túneles a través de las Rocallosas para nuevas líneas ferroviarias, etc.

Aunque el concepto fue probado en su eficiencia, jamás obtuvo licencia para su uso en obras públicas o de cualquier carácter. 

Las bombas “buenas” jamás entraron en actividad.

SALDOS Y RETAZOS

En cambio, lo que sí apareció fue el efecto dañino para la salud provocado por la actividad nuclear. En 1997 el Instituto Nacional del Cáncer de EE.UU. determinó que la sistemática desintegración del átomo en ensayos de superficie habían esparcido cantidades masivas de yoduro-131 radioactivo responsables de entre 10.000 y 75.000 casos de cáncer de tiroides más de la mitad del territorio norteamericano.

Se abrió una instancia de denuncias fundamentadas sobre casos concretos que, como ocurre generalmente en EE.UU., se compensaron con cantidades masivas de dinero. Para 2006, se habían admitido unas 9.600 demandas saldadas a razón de US$ 50.000 por cada caso. Hasta hoy, por lo menos 2.600 enfermos de cáncer de tiroides llevan adelante sus querellas en los tribunales sin obtener más resultado que las abultadas facturas de sus abogados.

Si bien las bombas “buenas” jamás tuvieron una oportunidad, las “malas” sembraron su sombra pestífera por todo el hemisferio norte. Y apenas fue un hálito de lo que causaría una guerra nuclear, término con el que ahora mismo juegan con tanta ligereza como irresponsabilidad los grandes árbitros del destino de la Humanidad.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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