Lo que se viene solo puede ser negado por los que confunden el pesimismo con el realismo, por los que siguen salvando su cara (de caraduras, por inconsciencia o incompetencia) con la vieja táctica de culpar a los demás de los males que nos aquejan e impiden ser el glorioso y rico país que podría ser. No señores, nuestros problemas no son causados por otros, y lo que se viene en el Paraguay es preocupante: la argentinización del Paraguay, si no la “chilenización”, con efectos dramáticos.
No es ciencia-ficción, sino algo verídico y probable cuando el sistema pensional quebrará en menos de 15 años, con unas variables económicas que no serán un incentivo a la inversión extranjera, con un nivel de deuda desconectado de la producción, con una tendencia inflacionaria escandalosa para la historia del Paraguay y con unos gobiernos que se dejan influenciar por las mismas teorías -socialistas- que han llevado la quiebra técnica a otros países tanto en Europa como en América Latina. Inaudito. El socialismo, a pesar de sus muy variadas, dispares y heterogéneas caras, tiene siempre un denominador común: ataque constante a la propiedad y seguridad privada, subida de impuestos persistente e insaciable para engordar progresiva e imparablemente las estructuras del Estado con el fin de tener más estómagos agradecidos cuya lealtad es comprada por el sistema.
El único camino que puede salvar al Paraguay de los enemigos de la libertad que, antes o después, acaba con la autonomía soberana de las naciones, es rechazar la esclavitud dorada con la que el paternalismo socialista pretende obsequiarnos. La hoja de ruta para lograr la emancipación real del Paraguay de las garras del socialismo globalista pasa por un comportamiento responsable de la economía: una inflación inferior al 4%, un déficit fiscal cero (o no superior al 1,5% en años excepcionales y puntuales), cortar con el endeudamiento que, aunque sea presentado en el Congreso de manera magistral por una serie de competentes tecnócratas, no evitará el fatal desenlace: la pérdida de poder adquisitivo del ciudadano, mayores restricciones a su libertad y superiores niveles de corrupción en el país. Si los políticos, cegados por el bienestar que genera el nivel de vida que llevan, no crean en el país un ambiente de austeridad, trabajo y confianza, la república caerá inexorablemente en manos de los mensajes populistas; y en este terreno el socialismo presenta un discurso imbatible.