El debate del Paraguay ha sido siempre en torno al porqué nunca podemos alcanzar el desarrollo, cuando deberíamos plantearnos qué es lo que tenemos para alcanzar ese estadio que haga que no tengamos dos millones de personas viviendo en situación de pobreza, y que una serie de servicios básicos -desde el agua hasta el desagüe cloacal- no puedan ser llevados adelante y sean responsables de la muerte de una cantidad importante de nuestra población.
Paraguay tiene todo para despegar y alcanzar un desarrollo; lo que no tiene es una clase dirigente a la altura de las demandas que necesitamos cubrir. No tenemos la gente preparada que haga que nuestras hidroeléctricas generen tanta energía para mover todo el parque automotor, sin depender de los precios elevados del petróleo cada cierto tiempo.
Podríamos también tener un plan para utilizar el bono demográfico, una gran cantidad de gente joven que está pasando sin tener la posibilidad de realizarse o de tener oportunidades en este régimen democrático.
Tampoco utilizamos la tierra en el mejor sentido, para proveer los alimentos y para ser exportadores de este recurso clave en un mundo que está pasando por graves necesidades con la guerra de Rusia-Ucrania, que es uno de los grandes exportadores de granos a nivel mundial.
El Paraguay tiene todo para desarrollarse pero se empeña en tener una clase dirigente cleptómana, mediocre e incapaz de hacer colocar al Paraguay en unos estadios superiores al egoísmo chiquitito y particular de sus dirigentes.