Una de las últimas cosas que hago antes de apagar la luz para dormir es revisar el teléfono, chequear el WhatsApp, el correo electrónico y dar una fugaz mirada a las redes sociales. Desde hace una semana al menos me sorprende que cuando pongo el buscador en Instagram, entre las sugerencias me aparecen distintas publicidades que me advierten que si Castillo es electo presidente peligrará mi economía, mi seguridad y hasta mi salud.
Soy víctima de la publicidad electoral, a pesar de que estoy en Montevideo, a más de 3 mil kilómetros de Perú, donde el domingo 6 de junio se celebró el balotaje entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori, dos candidatos que en primera vuelta obtuvieron muy bajo apoyo electoral, que concitan mucho rechazo ciudadano y que han logrado polarizar el país ante la incertidumbre y el miedo que provoca, en el imaginario, un futuro gobierno de cualquiera de los postulantes. Desde tiendas de Castillo se ha resaltado el procesamiento judicial de Keiko, vinculada a casos de lavado de activos y organización criminal, lo que la llevó a estar entre rejas, también durante la campaña se la ha asociado con el gobierno de su padre, el dictador Alberto Fujimori actualmente en prisión–; mientras que desde Fuerza Popular se acusa al maestro que aspira a la Presidencia de ser simpatizante de Sendero Luminoso, se lo liga al chavismo y se agita la bandera del anticomunismo.
Una campaña que ha estado más centrada en lo negativo del adversario que en las propuestas propias, con debates de candidatos –y también de equipos técnicos–, que han sido de los más pobres en cuanto a contenido si los comparamos con los últimos que se han realizado en otros países de la región. También los medios de comunicación han jugado su papel, fundamentalmente los más poderosos, los representantes del establishment, aportando sus espacios para inclinar la balanza por el modelo conservador, que es el que beneficia sus intereses políticos y empresariales.
Todo apunta a que el próximo presidente de Perú será el maestro Pedro Castillo, luego de una reñida segunda vuelta que no estará exenta de pedidos de reconteo de votos y denuncias de fraude que serán maximizadas ante la asombrosa paridad que existe entre los candidatos.
El gran desafío del novel jefe de Estado será darle gobernabilidad a un país que desde 2016 hasta la fecha ha tenido cuatro presidentes, y que además no contará con mayoría legislativa: de los 120 diputados el maestro solo posee 42 oficialistas –sistema unicameral– (Perú Libre consiguió 37 bancas y Juntos por el Perú 5).
Otras lecturas que no deben pasar desapercibidas de este proceso electoral es la ratificación de una nueva, exagerada y notoria polarización política –o grieta– en otro país del continente y la reiteración del uso de campañas del miedo por parte de los candidatos, con la característica de que los conservadores siguen utilizando metódicamente al comunismo y al chavismo para asustar a los votantes, aunque en su beneficio hay que reconocer que, en determinados segmentos poblacionales, sigue dando casi el mismo resultado que en la década del 70.
Se afianza la 4T
Mientras Perú elegía su presidente, a ocho mil kilómetros de Montevideo se celebraban las elecciones intermedias en México. Las elecciones más grandes de la historia seguramente: a nivel federal 500 diputaciones, a nivel local quince gobernaturas y 1.063 diputaciones, además de otros casi 20 mil cargos vinculados a gobiernos locales.
Es difícil analizar lo acontecido en estas elecciones sin poner arriba de la mesa un factor predominante y determinante en la vida de los mexicanos: la violencia.
Al caer la noche del domingo me llegó una noticia estremecedora. Durante la votación, en una mesa electoral en Tijuana habían entregado una caja de cartón cerrada, en su interior había una cabeza humana. Poco después, en otro circuito del país aconteció un hecho similar, esta vez entregaron un hígado –aparentemente de un animal–. Luego lo que algunos dicen que es lo cotidiano: robo de urnas cerradas, enfrentamientos a balazos, candidatos y autoridades partidarias detenidas por compra de votos o ejercicio de acciones violentas, etc.
Solo en el transcurso de esta campaña hubo 90 asesinatos, 33 intentos de homicidio, 40 secuestros y 963 agresiones a candidatos. Violencia, corrupción y para mi sorpresa la normalización ciudadana de ambos estados. “Bienvenido a México”, me contestó un amigo cuando realicé este comentario en un grupo de WhatsApp vinculado a una campaña local.
Más allá de varias impugnaciones que se darán por las irregularidades mencionadas –y por muchas otras–, desde lo estrictamente político partidario se puede afirmar que el presidente Andrés Manuel López Obrador mantendrá la mayoría legislativa, ya que entre Morena y sus aliados del Verde y PT obtendrán entre 269 y 292 curules, por lo que la Cuarta Transformación sigue en marcha.
En el debe queda pues la normalización de la violencia y de los actos de corrupción de un sistema político que está enfermo y que llevará mucho tiempo sanar; las víctimas siguen siendo las personas de a pie, que día a día continúan perdiendo la fe en la democracia y acentúan su descreimiento hacia los políticos y las instituciones.
Por Marcel Lhermitte: Consultor en comunicación política y campañas electorales. Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación y magíster en Comunicación Política y gestión de Campañas Electorales. Ha asesorado a candidatos y colectivos progresistas en Uruguay, Chile, República Dominicana, México, Francia y España fundamentalmente.