El tema de cómo nos informamos, siempre ha sido una cuestión de debate controversial y con diversas entradas, razonamientos y muy pocas veces arroja conclusiones terminantes. Lo cual no es malo, tratándose de la búsqueda de la verdad, categoría pocas veces inequívoca y que por lo general va mutando con el tiempo, condiciones de lugar y espacio.
Los dos grandes saltos de la humanidad o revoluciones en cuanto a la democratización de la información en occidente fueron: primero, la invención de la imprenta, que se le atribuye al alemán Johannes Gutenberg en el año 1440, y la aparición de internet en el año 1983 de la mano del Departamento de Defensa de los Estados Unidos.
La imprenta significó un cambio a nivel histórico, cultural e intelectual en la evolución de la atrasada mentalidad de la Edad Media. Los textos manuscritos, si bien rudimentariamente impresos al comienzo, salieron de los monasterios y se fueron multiplicando poco a poco, siendo accesibles al gran público, disminuyendo el número de analfabetos a nivel mundial, hasta llegar a la imprenta que conocemos.
Con internet, el fenómeno es tal vez lo más vertiginoso que ha conocido la humanidad y fue posible manejar la misma información en cualquier lugar del planeta en tiempo real y emitir simultáneamente diversos tipos de mensajes a nivel global. Lo primero que modificó, aunque no fue palpable al comienzo, fueron los términos de intercambio a nivel económico. Hoy es factor dominante, tanto en países ricos como en países pobres, y al interior de sus sociedades la estratificación se da entre los que tienen acceso y los excluidos de la red mundial, que según la UIT de la ONU, el 37% de la población no cuenta con acceso o nunca ha usado Internet, lo que se traduce en cerca de 2.900 millones de personas. La casi totalidad de excluidos -el 96% de los 2.900 millones- viven en países en vías de desarrollo.
Uno de los primeros en señalar el impacto de internet generando nuevas relaciones sociales, económicas y políticas fue el exdirector de Le Monde, Ignacio Ramonet, quien en la “Tiranía de la Comunicación” (1986) ya advertía sobre la pérdida de fiabilidad del sistema de información. Hace 36 años no se conocía Fake News (noticias falsas) ni los trolls (falsificadores de identidad) que pueden inundar las redes sociales en un abrir y cerrar de ojos. Así como fue posible llegar a informaciones que en otros tiempos hubiéramos desconocido y hubo una real democratización de las mismas, no han tardado en aparecer los mecanismos para desvirtuar su calidad informativa y el fenómeno histórico vuelve a repetirse online, pero representa el mismo dilema: ¿dónde está la verdad?
Comunicación contra información
Los medios de comunicación han sido uno de los sectores más permeables y atravesados en toda su extensión por internet. Han tenido que reconvertirse a riesgo de desaparecer y el más perjudicado fue el Periodismo de Calidad.
Las redacciones prescindieron rápidamente del personal más antiguo y la variable de ajuste fue conformar planteles jóvenes sin mucha experiencia ni formación. Resulta significativo su impacto en esta profesión. No ocurre lo mismo en la medicina, arquitectura, ingeniería u otras disciplinas. Ya no me refiero al error de ortografía que, llevado a un quirófano, puede ser mortal, sino a la liviandad que se le imprimió al “oficio más lindo del mundo” al decir de García Márquez. Las carreras citadas, naturalmente exigen título habilitante para ejercer, y en muchos países de la región se formaron colegios de periodistas con rigurosos códigos de ética y un peso moral en sus sanciones, que significaba un referente para las audiencias. Todo ello ha quedado reducido en buena parte al mayor o menor escrúpulo que pueda tener quien escribe o pone una palabra en el aire.
“En la carrera en que andan los periodistas debe haber un minuto de silencio para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tienen”, decía también García Márquez. La responsabilidad se ha desplazado a los dueños de los medios, con intereses políticos en algunos países o de tipo personal o corporativo en otros. Usted deberá escribir y ajustarse a decir lo que “la línea editorial determina”. Siempre hubo líneas editoriales, siempre hubo intereses, siempre hubo engaños, pero pocas veces la verdad se vio tan acosada como en estos tiempos, donde usted puede tomar tres ejemplares impresos y tener la sensación en un mismo día, que conviven tres países en un mismo territorio.
Difamación o investigación
Un claro ejemplo de lo señalado en párrafos anteriores, es la investigación que se dio a conocer la semana pasada en todos los medios nacionales sobre las actividades del tabacalero, expresidente, candidato a presidente y dueño de decenas de empresas, cuyos detalles no presento, porque fueron publicados con cifras y demás pergaminos. Tal como lo anunciara anticipadamente el mismo presidente de la república, la publicación abunda en detalles y los aludidos resumen todos sus argumentos en un operativo de prensa, como parte de una sangrienta disputa al interior del partido de gobierno.
Cabe señalar que lo que se conoce como Panamá Papers es la mayor investigación periodística mundial sobre los negocios offshore, ocultos durante décadas. Liderada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, a partir de una mega filtración de 11,5 millones de documentos secretos, en la misma participan los principales medios del mundo. Se expuso a la luz los negocios offshore de políticos, empresarios, deportistas y celebridades internacionales. Como suele ocurrir, por aquí nos llegó un poco más tarde y ha significado en muchos países la apertura de numerosas causas judiciales.
La actitud mediática a nivel local ha estado signada por la negación absoluta y obsecuente frente a la profusa publicación en otros medios. Resulta de un maniqueísmo digno de mejor causa, como si la verdad tuviera dos caras. Nosotros publicamos la nuestra y a otra cosa. No solo los disciplinados periodistas cumplen el guión al pie de la letra, sino que pasan gran parte del día haciendo ejercicios de musculación de brazos, para acercarle cuanto micrófono disponible se encuentre ante el vocero de turno y este negará por milésima vez lo que la justicia tiene en sus manos, y aún no sabe muy bien qué hacer. Por su parte, el principal acusado, con prístina camisa, hace su descargo en redes sociales.
Vale recordar que el primer ministro de Islandia, Sigmundur David Gunnlaugsson, renunció por sus lazos ocultos con los bancos del país, e igual decisión tomó el primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif. Otro tanto ocurrió en España con José Manuel Soria, ministro de Industria Energía y Turismo. Los ejemplos abundan a nivel mundial, pero estamos en Paraguay y nuestros curtidos acusados tienen piel de rinoceronte, donde hasta rebotan las balas.
Es muy factible que luego de ríos de tintas, palabras altisonantes y desgarradoras desmentidas, todo vuelva a la calma cotidiana de una abúlica y anoréxica justicia, que solo despierta de su largo sueño cuando tiene un cadáver que enterrar. Luego, vinieron lágrimas y desfiles de los encargados de impartir justicia en acongojada marcha, pidiendo Justicia. Lo que nunca podremos saber es a quién pedían justicia los más encumbrados responsables de impartirla aquí en la Tierra y que la sociedad sigue esperando, en nombre de esa verdad tan maltratada.