El último día del año 2022 comenzó con una noticia que dio la vuelta al mundo: la muerte del Papa emérito Benedicto XVI. Su funeral, previsto para el jueves 5 de enero, será “lo más sencillo posible”, por expreso deseo del difunto. Así son los testigos de la verdad: escandalosamente sencillos y a la vez solemnes, por la autoridad misma que emanan. Recuerdo lo que le dijo a alguien que le saludó la noche que fue elegido Papa y le preguntó por lo que haría esa noche: “No haré nada diferente a lo habitual: calentaré en el microondas la cena que me hayan preparado, tocaré el piano y rezaré las oraciones de la noche antes de acostarme”. Por momentos, una de las figuras más importantes del último siglo desbordaba la inocencia de un niño.
Para los que le hemos conocido, para los que hemos tenido la fortuna de escucharlo en directo, de verlo de cerca, en vivo, lamentamos lo poco y tan mal conocido que ha sido Papa Ratzinger en vida. Las graves injusticias que se han cometido contra su persona, su reputación y su derecho al buen nombre, calumnias vertidas por toda una corriente de la Iglesia y de la laicidad que veían en el Papa alemán el faro más potente de la verdad conservadora, la autoridad más grande contra el relativismo y la deshumanización de ciertas corrientes ideológicas que inundan una parte del mundo eclesial, de los organismos internacionales y, en general, la política “progre”.
Para quienes tienen un mínimo de respeto por la verdad del pensamiento, recordarán con estupor la honestidad de sus palabras en el diálogo que mantuvo el 19 de enero de 2004 con uno de los más grandes filósofos del último siglo -Jürgen Habermas- en la Academia Católica de Baviera en Münich. Ambos intelectuales, provenientes de paradigmas, contextos y entornos muy diferentes, llegaron a una misma conclusión: el Estado democrático de derecho -constitucional- es la mejor forma política para defender la dignidad humana, así como también consensuaron que la dicotomía entre razón y fe, que algunos laicistas defienden, es un prejuicio ideológico, no una necesidad fáctica, porque no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. Este fue uno de sus más grandes servicios a la Iglesia: la defensa de la verdad en un mundo cada vez más relativista y vacío de ella, que le llevó a decir, en la histórica visita a Ratisbona en septiembre de 2006: “La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana”.
Su sabiduría, su autoridad, su conocimiento, su producción intelectual, pero sobre todo su humildad, sencillez y compromiso con la verdad, por muy dura que ella fuere, lo sitúan al nivel de los grandes Padres de la Iglesia, esto es, ese grupo de sacerdotes, por lo general obispos, que escribieron obras teológicas de incalculable valor por ser ellas testimonio de la fe y de la ortodoxia del cristianismo. La obra de Benedicto XVI, la profundidad, claridad y sencillez de su pensamiento, le hacen merecedor de tal distinción. Sus clases como joven profesor de teología eran tan famosas que acudían a ellas a escucharle estudiantes de otras facultades. Sus obras “Introducción al cristianismo”, “Informe sobre la fe” y “Jesús de Nazaret” son obras geniales, auténticos clásicos de obligada lectura para quien desee conocer la magnitud de este personaje.
Papa Benedicto XVI hacía compatible la defensa de la verdad con el reconocimiento del misterio, la denuncia del error con el respeto y la comprensión hacia otras formas de ver la realidad. La oración que pronunció cuando presentó su renuncia dicen mucho sobre él: “Me encuentro ante el último tramo del camino de mi vida y no sé lo que me espera. Pero sé que la luz de Dios existe, que él ha resucitado, que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad; que la bondad de Dios es más fuerte que todo mal de este mundo. Y esto me ayuda a avanzar con seguridad. Esto nos ayuda a nosotros a seguir adelante, y en esta hora doy las gracias de corazón a todos los que continuamente me hacen percibir el ´sí´ de Dios a través de su fe”.
Gracias, Santidad, de corazón, por la vida que llevó, por todo su legado. Que la luz de Dios ilumine con todo su poder tu alma santa, y que ésta actúe sobre nosotros y nos ayude en los grandes retos que enfrentamos.
Pablo Álamo Hernández
Profesor Distinguido de CETYS Universidad
PhD en Economía y Empresa