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Oppenheimer: Sólo sombras de culpa

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Roosevelt, Truman, Einstein, Tibbets y la legión que inventó y utilizó armas nucleares en la II Guerra Mundial. ¿Culpas? Tal vez sólo sombras…

 Cristian Nielsen

 La película Oppenheimer, de Cristopher Nolan, intenta levantar el espeso velo que aún cubre la tenebrosa historia de la bomba atómica y su desarrollador el físico Robert Oppenheimer. Fue un operativo exitoso del que participaron miles de científicos, técnicos y militares y que en julio de 1945, en Alamogordo, Nuevo México, se concretó en la primera detonación producto de la fisión del átomo.

A partir de allí bastaron dos monstruos derivados de aquella madre de todas las explosiones: Little Boy cayó sobre Hiroshima el 6 de agosto y Fat Man sobre Nagasaki tres días más tarde. ¿Costo en vidas? Cifras moderadas hablan de 246.000 muertos.

El 15 de agosto Japón se rendía sin condiciones.

“VOLVERÍA A HACERLO”

Muchas historias corrieron tras conocerse el primer holocausto nuclear, entre ellas, el supuesto o real arrepentimiento de los protagonistas centrales de la historia.

Harry Truman, que acababa de asumir la presidencia de EE.UU., proclamaría ante el espanto mundial suscitado por el bombardeo: «La usamos para acortar la agonía de la guerra y para salvar las vidas de miles de jóvenes estadounidenses. Sabía lo que estaba haciendo cuando detuve la guerra… No me arrepiento y, bajo las mismas circunstancias, lo volvería a hacer”.

Otro actor esencial de este episodio fue el físico autor de la inmortal formula E=mc² (energía es igual a masa por el cuadrado de la velocidad de la luz). Albert Einstein había enviado en agosto de 1939 al entonces presidente Franklin Roosevelt una carta para advertirle que los nazis podrían estar trabajando en un arma derivada de la fisión del átomo. “Estados Unidos sólo tiene minas de uranio en cantidades muy pobres” señalaba el sabio al tiempo de informar que sí lo había en grandes cantidades en Checoeslovaquia, para entonces ocupada por el III Reich. Ergo, no había tiempo que perder.

Esta nota cambió el curso de la historia dando lugar al Proyecto Manhattan, el verdadero vientre de la bestia que mientras existió dio lugar a cuatro artefactos de potencia similar hasta su desactivación en diciembre de 1946.

TIBIOS LAMENTOS

Algunos historiadores aseguran que Einstein se arrepintió de su participación en el desarrollo de la primera arma nuclear aunque otros dicen que sólo lamentó haber enviado la carta que movió a Roosevelt a tomar la delantera en una carrera que Washington temía perder frente a los creativos genios del armamentismo nazi.

En cuanto a Oppenheimer, sus biógrafos afirman que durante una charla personal con el presidente Truman admitió tener las manos manchadas de sangre pero nunca habló públicamente de arrepentimiento. Su renuncia a la dirección de Manhattan tuvo muchas interpretaciones, entre ellas, desacuerdos con el FBI que empezaba a tratarlo como un sospechoso de espiar para potencias extranjeras.

Finalmente, otro actor central de este drama fue el brigadier Paul Warfield Tibbets, piloto del B-29 que arrojó la Little Boy sobre Hiroshima. Ya entrada la post guerra, el aviador empezó a ser catalogado como psicópata al no mostrar culpa alguna por haber vaporizado una ciudad entera con 140.000 habitantes. “Volvería a hacerlo si fuera necesario” confesó el aviador quien bautizó el bombardero que pasaría a la historia con el nombre de soltera de su madre, Enola Gay.

OTRAS CULPAS

¿Culpas? De eso, casi nada. La II Guerra Mundial fue pródiga en horrores de todo tipo, incluido el uso masivo del poder aéreo contra ciudades sólo llenas de civiles, especialmente en el tramo final del conflicto. Veamos este párrafo:

“La atmósfera en Tokio llegó a alcanzar los 980 grados. Hirvió el agua de ríos y canales y se fundieron los cristales de las ventanas. El fuego consumió con rapidez las casas japonesas que estaban construidas con madera y papel, pensadas tan sólo para resisitir los terremotos. Unos 260.000 hogares fueron arrasados hasta los cimientos y al menos 105.400 personas murieron calcinadas en una ciudad de tres millones de habitantes”.

Este infierno, bastante parecido al nuclear que sobrevendría meses después, fue desatado por la aviación norteamericana sobre la capital imperial el 10 de marzo de 1945. Esa noche, una formación de 54 bombarderos descargó explosivos tipo “grand slam” que provocaron potentes ondas expansivas. El vidrio y el papel se hicieron añicos. Luego llegaron otros 271 aviones que en total dejaron caer mas de 1.600 toneladas de bombas incendiarias. Un viento huracanado, vomitado desde el centro del vendaval de fuego, convirtió en cenizas lo que las explosiones dejaron en pie. Tan “exitosa” fue la misión que su inspirador y ejecutor, el general de la Fuerza Aérea Curtis LeMay proclamó: «Los hemos tostado y horneado hasta la muerte«.

Junto con Dresden, Coventry y Berlín, el martirio de Tokio fue el preludio de lo que traerían meses mas tarde los diabólicos inventos de Oppenheimer y camaradas de Alamogordo.

A partir de allí, la humanidad tendría que aprender a convivir con horrores hasta entonces desconocidos.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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