No somos un país ordenado, ni mucho menos. Nos gusta asaltar las filas, buscar algún amigo que sea el que se encargue de la distribución de algo para hacernos mucho más ágil la tarea. Eso forma parte de lo cotidiano, de la experiencia cultural de todos los días en nuestro país, y esto se va a poner a prueba de nuevo en las vacunaciones.
Ahí vamos a ver si no está de nuevo el que se cree con poder para saltar cualquier tipo de línea rigurosa que se coloque, como también aquel que cree que porque está al servicio de los demás desde un cargo público, tiene el debido derecho de ser vacunado antes que cualquiera.
Ojalá no tengamos que lamentar las circunstancias que se han dado en otros países, pero tengo mis severas dudas de que eso no acontecerá entre nosotros. Dentro de muy pocas horas es probable que veamos escándalos que tienen que ver con este tipo de cosas, que el que distribuye se haya quedado con una cantidad de vacunas y que ya esté liberándolas para sus familiares o amigotes, y en el peor de los casos, incluso vendiéndolas.
Deberíamos encontrar algún mecanismo también de cultura que nos haga entender la idea de la alteridad, de ponernos en la condición del otro y establecer sobre esa base los mejores elementos que permitan seguir conteniendo la expansión del coronavirus y su saldo fatal entre nosotros.
Mil personas contagiadas todos los días, según las pruebas detectadas por el Ministerio de Salud, sigue siendo una cifra muy alta y la cantidad de personas en las camas de terapia intensiva también representan que estamos muy lejos de estar actuando como un colectivo, como país, como nación, que es lo que se necesita para no romper las filas y no llenar de privilegios a los mismos atorrantes de siempre.