El senador colombiano Gustavo Petro, exguerrillero, ex alcalde de Bogotá y fundador del movimiento Colombia Humana, ha ganado las elecciones presidenciales en Colombia celebradas el pasado domingo.
Este resultado se ha convertido en un hecho histórico para toda América Latina porque es la primera vez que el pueblo colombiano entrega la presidencia política de su país a un líder con un programa abiertamente de “izquierdas”.
Entendemos a quienes afirman que hay motivos objetivos para la preocupación: no hay un solo caso de éxito en América Latina de un país gobernado con criterios marxistas-revolucionarios, como los que ha defendido en el pasado -y durante la campaña- Gustavo Petro. Afirmaciones como “la riqueza no pertenece a quien la produce sino a quien la necesita” pueden concretarse en principios de acción que violen el Estado de Derecho y, entre ellos, el de la propiedad privada. Además, en su primer discurso como presidente electo, hizo peticiones a la Fiscalía que no invitan a pensar en un gran respeto a la separación de poderes, nada extraño, por otra parte, en un revolucionario.
A pesar de todo, no compartimos el miedo a Petro: no consideramos que sea la mejor emoción para guiar a un país en la dirección correcta. Ya sea ostentando el poder o ejerciendo la oposición, la esperanza de paz, unidad y prosperidad para el mayor número de personas debe orientar y encaminar los esfuerzos de todos. Deseamos lo mejor a Colombia y por tanto a Petro y a su fórmula presidencial, Francia Márquez: confiamos en que demostrarán a casi la mitad del electorado de que Colombia no es ni será Venezuela, que Colombia no es ni será Cuba, que Colombia es y será diferente, única. El miedo al otro extremo es el grado mínimo de política y humanidad. Colombia: es el momento de la grandeza.
