Cristian Nielsen
El cine Victoria (Chile y Oliva) era por entonces –hablo de los años ’60- la primera sala con aire acondicionado. Esta sorprendente ventaja comparativa para el espectador asunceno se anunciaba al pie de los afiches que tapizaban las puertas de acceso con la palabra “refrigeración” envuelta en nubes de frío congelante.
El edificio art decó era espléndido. La platea tenía suficiente declive para dejar franca la visión a toda la concurrencia y por encima había dos niveles más de butacas, el primero una suerte de pulman y un tercero que el saber popular había bautizado “gallinero” desde donde la pantalla se veía del tamaño de una caja de zapatos.
En aquella sala se estrenó la primera de una serie de películas de cowboys que sería conocida como “western spaghetti” que muy pronto se harían populares y rescataría el género de la formula clásica norteamericana.
TRILOGIA DEL DOLAR – La historia que rompió el paradigma acuñado por Hollywood fue “Por un puñado de dólares” que consagró la dupla Sergio Leone en la dirección y Ennio Morricone en la música, con una presentación estelar, la de Clint Eastwood, interpretando al vaquero errante dispuesto a imponer justicia por sobre una interminable caravana de bandidos zaparrastrosos, casi siempre de origen mexicano o indio.
La novedad consistía en el diseño original de los títulos de inicio, la música muy efectista y la facilidad con la que los malos caían de a puñados frente a la pistola infalible de Eastwood, que disparaba con un sonido sibilante por completo diferente al estruendo de los westerns clásicos norteamericanos.
A “Por un puñado…” siguieron “Por unos dólares más” (también exhibida bajo el título “La muerte tenía un precio”) y finalmente “El bueno, el malo y el feo” en la que a la figura hierática e inalterable de Eastwood se unieron Lee VanCleef (el malo) y Eli Wallash (el feo). Huelga decir quién era el bueno.
Por otro andarivel iba Giuliano Gemma, que protagonizó “Un dólar marcado”, cuyo tema musical principal, de autoría de un desconocido Giani Ferrio, se hizo popular en las radios con una versión en español llamada “Si tu no fueras linda”.
Con “Erase una vez en el oeste”, con reparto multiestelar y la bellísima música de Morricone, los ’60 completaron la invasión spaghetti con salas repletas y gente esperando en la calle la siguiente sesión.
REACCIONA HOLLYWOOD – Aunque el modelo entraba en franco desgaste, la combinación de excelente dirección, mejor música y repartos estelares hizo de la fórmula italiana -frecuentemente coproducida con hispanos, franceses y hasta alemanes- una formidable competencia a Hollywood que se tomó su tiempo para contraatacar.
La ofensiva fue liderada por el depurado director George Roy Hill, con un western que marcaría la diferencia: “Dos hombres y un destino”, que nosotros conoceríamos bajo el nombre de “Butch Cassidy and the Sundance Kid”, una especie de comedia romático-dramática con una increíble
colección de temas musicales compuestos por Burt Bacharach. El más popular, que simbolizaría la película, sería “Raindrops keep falling on my head” o las gotas de lluvia caen sobre mi cabeza,
que sonaba hasta el cansancio en las radios mientras la película se exhibía para delicia de la audiencia femenina, ya que el film tenía la mejor dupla masculina que el director pudo conseguir: Paul Newman y Robert Redford, completando el trio Katharine Ross.
Hollywood echó mano a otro peso pesado del género, John Wayne, quien de la mano de George Sherman habría de componer un personaje pensado exclusivamente para Wayne, el Gran McClintock, lanzado al rescate de un nieto secuestrado por bandidos (cuando no) mexicanos, en medio de un oeste ya cruzado por telégrafos y ruidosos automóviles. Con paisajes que cortan el aliento y la excelente música de Elmer Bernstein (The Magníficent Seven o el hombre Marlboro), la película transita un camino predecible pero lleno de momentos inolvidables.
YA SON HISTORIA – Los western spaghetti ya son historia, pero cumplieron una misión vital: provocar al tigre obligando a Hollywood a sacudirse el polvo y reinventar el género. Los temas musicales de muchas de ellas son hoy clásicos interpretados incluso por orquestas sinfónicas y conmueven a enormes audiencias.
Carreras cinematográficas como la del enorme Clint Eastwood tuvieron en los spaghetti un impulso inigualable, siendo además escenario de otras vacas sagradas del cine como Henry Fonda, Charles Bronson, Jason Robbards, Claudia Cardinale y decenas de astros y estrellas de la meca del cine.
Muchas de ellas son películas de culto, parte inseparable de la historia del cine.