Cincuenta años después de su estreno, sigue vigente.
Cincuenta años después de su estreno, El Padrino ha pasado a ser una película de culto. Quienes practican esta liturgia pueden verla cuantas veces quieran sin que en ninguna de esas sesiones, la obra pierda frescura o deje de sorprender con algún angulo antes no percibido.
Con El Padrino pasamos a saber un montón de cosas sobre la relación entre el crimen organizado y el poder político. Dejamos de ver a los pistoleros del cine de pre y pos WWII como los malos que invariablemente caían ante la majestad de la ley, para comprender que la línea entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, se hacía difusa y ambos bandos empezaban a intercambiar caracteres hasta volverse irreconocibles. A partir de entonces, siguiendo al gran filósofo Quino, tuvimos que vérnoslas por nuestra cuenta para discernir “cuánto de bueno tiene lo malo y cuánto de malo tiene lo bueno”.
Mario Puzo primero en el libro y Francis Ford Coppola en la película después, desplegaron con lujo de detalles los sótanos fétidos de la política y las tenebrosas “mesas familiares” de la mafia en las que se sellaba el destino de la gente. Vimos a un empinado senador norteamericano queriendo tratar como trapo de piso a Michael Corleone para caer, horas después, en una sórdida trampa de drogas y prostitución en un oscuro tugurio de la mafia. También supimos lo que significaba una amenaza de “don Corleone”: “Si mi hijo Michael sufre un accidente, pisa el jabón en el baño o le da un resfriado, no lo perdonaré”. Eso significaba la muerte segura para alguien, tanto como si Luca Brazzi le apoyara una .45 en la sien para hacerle, en nombre de su padrino, “una oferta que no podría rechazar”.
El Padrino nos puso al tanto de una serie de “relaciones peligrosas”: la mafia y los sindicatos, la mafia y Hollywood, la mafia y los casinos, la mafia y los políticos…
Y se dice, finalmente, que El Padrino no se habría podido filmar si su productor, Al Rudy, no se hubiera reunido con Joe Colombo, jefe de una de las cinco familias neoyorquinas y fundador de la Liga de Derechos Civiles Italoamericanos. Colombo quiso leer el guión pero luego desechó la idea y tuvo una sola exigencia: que la palabra mafia no apareciera en toda la película. Y así se hizo.
Pero el ardid fue inútil. Todo el mundo supo que la película era una radiografía de la mafia que gobernaba el lado oculto de un Estados Unidos subido al indetenible tren de la “prosperity” de los años ‘50.
RESUMEN
Cincuenta años después de su estreno, El Padrino ha pasado a ser una película de culto. Quienes practican esta liturgia pueden verla cuantas veces quiera sin que en ninguna de esas sesiones, la obra pierda frescura o deje de sorprender. La película es una radiografía minuciosa de la mafia que gobernaba el lado oculto de un Estados Unidos subido al indetenible tren de la “prosperity” de los ‘50.