Es difícil de justificar el escrache y la trompada a Villamayor, pero es fácilmente explicable el nivel de hartazgo de la ciudadanía, el comportamiento del segundo hombre más importante del Ejecutivo, el jefe de Gabinete, o el secretario general de la Presidencia de la República.
Ese cargo es muy trascendente por la cercanía del Presidente con el hecho de que termine siendo el filtro de quienes acceden y quién no, qué temas se abordan como parte de la agenda del Presidente y cómo se lleva adelante. La figura de Villamayor viene bastante averiada desde hace más de 30 años, cuando retornó del Uruguay, país donde nació en el exilio y fue parte del movimiento contestatario colorado.
Posteriormente ya se dio cuenta de que ese no era el camino y fue saltando de movimiento en movimiento y de escándalos en escándalos. Desde su irrupción en cargos del Ejecutivo hasta cargos que tenían que ver con proyectos de reforma del Estado o enriquecimiento ilícito, o lo último, el conflicto de interés, casos jurídicos tomados por su bufete, que al mismo tiempo funciona como un elemento bastante favorable para sus intereses económicos.
Villamayor aumentó su fortuna en casi US$ 4 millones, trabajando sólo con el salario público durante un año en el Estado paraguayo. En cualquier otro lugar hubiera sido razón de investigación profunda de la Fiscalía o de algún juez en el Paraguay.
Al sometimiento de la justicia se le agrega también el temor de los magistrados y fiscales de hacer una investigación de este tipo. Eso llevó a que un grupo de indignados tuvieran que primero invitarlo a salir del local donde se encontraba con su pareja y un par de amigos, sino que también llegaran incluso a los golpes.
Un par de trompadas al rostro de Villamayor hizo pensar acerca de por qué lo hicieron. Hay distintas explicaciones, por un lado, hartazgo de la ciudadanía, y por el otro lado, una frustración con la manera en que la justicia debería actuar para corregir civilizadamente el comportamiento corrupto de varios personajes de nuestra política.
También deja la sensación de que en la medida en que la justicia y la norma no pueda domesticar a la violencia, ésta terminará irrumpiendo en todos los espacios y cenáculos.
Lo que veremos es probablemente el camino hacia una anarquía, que es la que está siendo llevada de la mano de una justicia complaciente, débil y timorata con la que disfruta un sector político que vive a costa de su impunidad, haciendo que los niveles de exasperación de la gente suban y las reacciones violentas también.