En éstos tiempos de división y mala comprensión del uso de las libertades, cuando una persona o un colectivo afirma: «tal discurso responde a una agenda», intriga pensar si aquellos anarquistas que según ellos no responden a ninguna agenda están alienados o simplemente ignoran que incluso dar postura sobre algún tema ya forma parte de una agenda. Religión, medio ambiente, derechos universales para todas las personas, política, hasta preferencias musicales responden a un tiempo y a un grupo de personas.
El aprendizaje aparentemente vetado a la humanidad ha sido la coexistencia armónica. Generamos anticuerpos intelectuales y emocionales para una «natural» expulsión de lo diferente, de aquello que altera a nuestro sistema, que no es precisamente él sistema, sino solamente una porción del mismo. La crítica siempre es desde una perspectiva distinta y en muchos casos puede ser enriquecedora pero, cuando la misma parte desde la desacreditación ofensiva y personal, la ira y la ignorancia son las que toman cartas en el asunto, tornando virulenta y violenta cada reacción.
El miedo y la ignorancia muchas veces caminan de la mano, tomando formas muy diversas. Lo que despierta el miedo es, en primer lugar, lo extraño, lo desconocido. El miedo presupone la negatividad de lo completamente distinto. Según Heidegger, filósofo alemán, el miedo se produce en vista de una nada que se experimenta como lo completamente distinto de los entes. La negatividad, lo enigmático de la nada nos resulta hoy ajeno, porque el mundo, como si estuviera compuesto de grandes contenedores de cristal donde nos encontramos entre similares, está repleto de agendas que no terminamos de comprender o aceptar, donde desarrollamos, por aburrimiento o disconformidad con nosotros mismos, en lugar de buscar mejorar, criticar a aquellos del contenedor de al lado, con el convencimiento que lo que pensamos o decimos es auténticamente nuestro y no un imaginario colectivo de la caja de cristal a la que pertenecemos.
La coexistencia no implica adherencia y mientras tenemos emergencias sociales que castigan a la humanidad casi desde su creación, nos empecinamos en querer arrojar piedras a las otras cajas de cristal que tenemos a nuestro alrededor, con la salvedad de que éstas no atraviesan realmente el cristal y las mismas vuelven a caernos sobre la cabeza.