La caída de Afganistán en manos de los talibanes es ya un hecho. Los rebeldes han tomado el palacio presidencial y el mandatario afgano se mandó mudar, las tropas norteamericanas vinieron a proteger algo de lo que quedaba de la embajada de los Estados Unidos, y a garantizar la salida de algunos de sus colaboradores afganos que se quedaron rezagados y que podrían ser víctimas de la ira, la revancha y la venganza de los talibanes.
Se vuelve de nuevo a un siglo que muchos afganos creían que había terminado después de que los talibanes hayan sido desplazados del poder, primero por un gobierno títere de los rusos soviéticos y, posteriormente, otros diez años con un gobierno títere de los norteamericanos.
Ya el año pasado, el secretario de Estado de Donald Trump, Michael Pompeo, le había dicho al presidente afgano «hagan un acuerdo, hagan un pacto con los talibanes, porque nosotros nos estamos retirando de esta guerra, que es la más extensa y larga que haya protagonizado Estados Unidos».
De nuevo, lo que queda son las prohibiciones a las mujeres en prácticamente todos sus derechos y también el ir en contra de lo que significan muchos patrimonios icónicos y culturales, no sólo del pueblo afgano, sino de toda la civilización humana.
Lo que vamos a ver también es mucho terror y el fanatismo fundamentalista más extremo, especialmente por parte de los llamados «alumnos del Islam», como también se denomina a los talibanes. La tragedia afgana vuelve a tener un nuevo capítulo desde este fin de semana.