El dinero sucio o la lavandería, como también se lo denomina de manera coloquial, es una característica de nuestra economía subterránea que mueve más de US$ 16 mil millones anuales. En ese blanqueo está de todo, desde el contrabando, los trasiegos de narcóticos y otras actividades que lógicamente están emparentadas con la corrupción en su conjunto.
No es inusual que Paraguay figure entre los países más corruptos del planeta y, en consecuencia, tengamos también malas calificaciones o graves temores que siempre estemos rezagados en la consideración internacional. Paraguay se aviene a convenios internacionales, pero no los cumplen, como tampoco hace que las leyes locales sean de formalización obligatoria.
Nos tienen que moderar desde afuera, desde la justicia norteamericana, que puede identificar a todos los actores políticos en el último de los casos en el que está involucrado un ciudadano libanés y dos ciudadanos paraguayos, afirmando que desde el año 2008 esa era una cosa frecuente, constante y en complicidad de fiscales, de jueces, de encargados de aduana y de otras autoridades del ámbito público.
El dinero sucio es cada vez mayor y permea capas sociales más importantes, trascendentes y está a punto, si ya no lo ha logrado, de alcanzar el poder político en el país.
Hacemos frente a los problemas cada vez que nos señalan de afuera, por la agenda del exterior, pero si no realizamos la tarea, esto será de imposible cumplimiento y la gravedad aún superior que la ya padecida.