Se reinician las clases del período 2021, luego del fracaso del año 2020, con protocolos, con grupos reducidos, con una serie de medidas que están puestas al tanteo para ver qué pasa.
En algunos países más organizados que el nuestro han tenido que dar pasos atrás, cerrando las escuelas y suspendiendo las clases presenciales, una cuestión que el Paraguay no debería descartar, mucho menos en la fragilidad en la que vivimos en la actualidad. Con la escasa capacidad de respuesta de nuestro ministerio vamos a tener que ver circunstancias de ese tipo, probablemente, con mucha frecuencia.
No hemos ganado el año 2020 para preparar a nuestras escuelas físicamente, donde había un rezago enorme en términos del estado físico en que se encuentran las escuelas y las aulas. Ya hemos perdido hace año.
Tampoco hemos avanzado para reflexionar en torno a lo que se denomina la transformación educativa o el contenido curricular de aquello que realmente vale enseñar, y el tercer elemento, tampoco hemos terminado por conocer: ¿para qué enseñamos? ¿para qué aprendemos?.
En el Paraguay tendríamos que haber trabajado en ese tema el año pasado y también tendríamos que hacerlo este y los años siguientes, para luego ponernos de acuerdo en una política educativa que supere el límite establecido de un gobierno y haga carne en los que vengan posteriormente para hacer que en la proyección ganemos todos.
Si no logramos hacer esto, la educación seguirá siendo simplemente un mecanismo de ir tanteando palos de ciegos para intentar conocer cuál es el sendero y el camino por el que deberíamos andar, evitando en su trayecto terminar caídos o muertos. El Paraguay necesita una política educativa en serio y esto es lo que realmente urge en los tiempos actuales
Se ha venido jugando con la educación y pareciera que no hay fecha límite para esto, que nos trae tantos problemas, tantas desgracias y tanta pobreza.