El único modo en que el Presidente pueda gobernar con fuerzas tan contrapuestas es dejar el campo libre a los diversos actores para que cumplan con sus propósitos; es decir, que cada supuesto caudillo tenga plena libertad de acción en su feudo particular. Este (des?)gobierno puede dar tranquilidad a corto plazo, pero solo puede ser viable recurriendo a la improvisación como herramienta unificadora. Ausentes están la planificación, la previsión, el análisis estratégico, la formulación de políticas claras de Estado que vayan más allá de las administraciones y las personas. Cada nuevo «tendotá» deshace lo que hizo el anterior, vuelve a inventar la rueda y el fuego; y cumple con su máxima prioridad, que es dar un «espacio» a los amigos y correligionarios. El resto no tiene mayor importancia. La estabilidad de esta administración se define igual que la permanencia del cuestionado ministro del interior: se queda… «por ahora». Los resultados están a la vista: luto, tragedia, marchas y contramarchas, ministerios que se contradicen mutuamente, y un presidente que intenta calmar los ánimos haciendo algunos cambios en su Gabinete, pero sin cambiar a sus miembros más cuestionados.
Mario Abdo tiene una difícil tarea: gobernar en una casa dividida. Pero como dice la Sagrada Escritura, «toda casa dividida contra sí misma no permanecerá». Si desea terminar bien, debe corregir el curso; decidirse de una vez por todas a gobernar en serio y terminar con el imperio de las facciones rapaces e inicuas. No tiene mucho margen de maniobra, aunque todavía le queda tiempo. Pero si no hace esto, su futuro ya está escrito.