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La bomba que permanece en las sombras

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Por Cristian Nielsen

Ni bien las tropas rusas pusieron un pie en Ucrania, aparecieron las primeras agorerías sobre la Tercera Guerra Mundial. “Atención, porque estamos a 10 minutos de que estalle” decía un comunicador radial la misma mañana que se conoció la noticia. A partir de allí, los titulares tremendistas se sucedieron en todas las formas posibles. La palma en esta faena macabra se la llevan los sitios de enorme impacto emocional como los canales que llenan las redes sociales con memes y videos cortos.

Jugar con la idea de una conflagración a escala global tiene muy pocos puntos de contacto con la Segunda Guerra Mundial, peleada con medios convencionales hasta el 6 de agosto de 1945, cuando el último combatiente en pie, Japón, sufrió el impacto de dos artefactos nucleares que la postraron totalmente. Seis días después los jerarcas supérstites del Imperio del Sol Naciente firmaban la rendición en el acorazado Missouri, surto en la bahía de Tokio, cuando las cenizas y la radiación aún estaban calientes.

Si algo es fácilmente comprobable es que el hombre jamás se ha privado de usar ninguna de las armas por él inventadas. Salvo una, que permanece en las sombras.

PODER INIMAGINABLE

El poder destructivo que acumulan las potencias nucleares es imposible siquiera imaginar. Veamos un ejemplo.

El mayor submarino nuclear norteamericano puede lanzar en pocos minutos 24 misiles balísticos intercontinentales capaces de viajar a 22.000 kilómetros por hora y alcanzar blancos a 11.000 kilómetros de distancia. Cada misil transporta 14 cabezas nucleares con una potencia de 335 kilotones cada una. Sumando todo, un solo submarino nuclear de EE.UU. concentra un poder destructivo equivalente a 5.628 explosiones de Hiroshima. Y de esos, tiene 14. Algo comparable tiene la Federación Rusa.

Desde la Primera Guerra Mundial, las armas químicas hicieron su aparición en los campos de batalla y nunca más los abandonaron. El napalm, usado a mansalva en Viet Nam, fue prohibido pero nunca retirado de los arsenales.

Se dice que Rusia está usando en Ucrania las bombas termo báricas, inicialmente conocidas como bombas aerosol. Es un dispositivo convencional de una capacidad destructiva enorme. En la primera etapa, la bomba esparce sobre el blanco una nube de combustible en forma de aerosol que a continuación es deflagrada con un segundo explosivo. La onda expansiva, de calor y alta presión combinados pulverizan y matan todo en kilómetros a la redonda.

¿Imposible imaginar algo más perverso? Es posible.

BOMBA NEUTRONICA

En 2010 fallece en su domicilio de Los Angeles, California, el físico Samuel T. Cohen, quien en los años ’40 participó del desarrollo de las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki. Para la década de los ’50, Estados Unidos dominaba la física termonuclear, es decir, la que se conocería como Bomba H. Cohen tomó esta tecnología y estudió sus variables en pro de un artefacto que tendría estas características: destrucción física mínima, alta difusión de radiación siete veces superior a la de la Bomba H pero de duración mínima, 48 horas. Su radio de alcance desde el punto cero sería de un kilómetro, típica arma de uso táctico en los campos de batalla.

La lógica militar era perfecta. El dispositivo cabe en un proyectil de artillería de mediano alcance, puede eliminar en segundos todo objetivo humano (militar o civil) y dejar intacto el material de guerra y la infraestructura física. El blanco así “tratado” puede ser ocupado dos días más tarde con total seguridad. Era la época de Gerald Ford, que completaba en 1977 el periodo presidencial dejado vacante por Richard Nixon. Con la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca, el programa de la bomba neutrónica fue congelado pero reactivado tiempo después con Ronald Reagan en la presidencia.

Actualmente hay potencias con capacidad para producir esta clase de armas pero se sabe muy poco sobre su despliegue y disponibilidad inmediata.

SOMBRAS NADA MÁS

Se atribuye a Albert Einstein haber dicho que “si hay una tercera guerra mundial, la cuarta se peleará con palos y piedras”. Hay munición suficiente acumulada como para que este aforismo se cumpla en toda su extensión.

Por eso, quienes flirtean con la idea de una tercera guerra mundial para ganar rating o engordar ediciones, debieran pensar que nada sobrevivirá a esa hecatombe. Lo que no destruyan las explosiones y la radiación terminará muriendo en el invierno nuclear devenido de la densa capa de polvo en que se convertirá por décadas la atmosfera terrestre. El sol desaparecerá de la vista y la fotosíntesis que da vida quedará inactiva durante siglos.

Einstein era optimista cuando hablaba de una cuarta guerra mundial. La tercera alcanzaría tal magnitud destructiva que nada sobreviviría y hasta es posible, dicen los científicos, que los océanos sean una vez más la cuna del renacimiento de formas microscópicas de vida.

Y todo volvería a empezar.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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