La declaración del presidente Abdo, después de 24 días de silencio, fue mucho más de lo que ya habíamos conocido antes que decidiera callarse. La primera conclusión es que el presidente no encuentra un mecanismo de entender la realidad que le toca administrar.
No logra comprender el tamaño de la crisis sanitaria y el impacto que esto tiene en términos económicos y sociales. No puede ponerse en la condición de las personas cuyos familiares se encuentran internados o han fallecido. Hay cero empatía para con ellos.
No entiende tampoco las críticas que vienen de distintos sectores sociales que dicen que manejó mal la pandemia, que no compró los insumos en tiempo y en modo y que estamos pagando sus consecuencias, que no compramos las vacunas cuando en otros países del mundo ya llevan vacunados a importantes porciones de su población.
Nada de eso reconoce Abdo como una realidad concreta, cierta y, a pocos minutos antes de su conferencia, en la que no admitió ninguna pregunta de parte de los periodistas, Abdo recibía la noticia que la empresa reguladora brasilera decía que las vacunas donadas por la India no tienen las garantías de su utilización segura para los brasileños.
Todos estos temas hacen parte de una agenda perdida del Presidente. Lo que se nota es que está en un laberinto del que no puede salir e intenta por todos lados, pero no encuentra una razón lógica para poder explicar su situación, que trata de evadir con cuestiones que no tienen nada que ver con la cuestión sanitaria, como la construcción de rutas y que no guardan relación con la crisis sanitaria.
¿Para qué uno querría rutas asfaltadas si va a estar muerto? Esa es una pregunta muy lógica, muy simple, que tanto Abdo como sus colaboradores tendrían que haber respondido antes de una conferencia abúlica, pérdida reiterativa y confusa del Presidente de la República.
