miércoles, diciembre 31

Jugamos con cartas marcadas

Imagen de referencia

Por:  Marcelo Bogado, Antropólogo

Existen diferentes versiones sobre el origen de los juegos de cartas. Algunos lo remontan al Antiguo Egipto o a la India. La referencia más antigua a juegos de cartas semejantes a los que conocemos hoy en día datan del siglo IX en China, de donde el juego habría pasado a los árabes, que las hicieron conocer a los europeos, de cuyo continente el juego se expandió más tarde por todo el mundo.

A pesar de que se hayan creado variaciones sobre los mazos usados, sus valores y las reglas de juego, hay ciertas características que todos los juegos de carta comparten. Antes de comenzar cada partida, se deben barajar las cartas y luego repartirlas a los jugadores. A quienes sólo se les permite conocer sus propias cartas, una vez que se hayan repartido a todos.

A partir de aquí, las reglas de juego –dependiendo del juego que se trate– varían. Lo más usual es que en cada turno, cada jugador deja sobre la mesa una de las cartas con las que cuenta y toma otra, procedimiento con el cual suple las desventajas que contó con las cartas que comenzó el juego, hasta lograr un mazo con el cual poder ganar a los demás jugadores, terminándose con esto la partida.

En los juegos de carta opera por un lado el elemento del azar, puesto que los jugadores no deben saber qué cartas recibirán. Por otro lado, a partir de las cartas iniciales con la que comienza la partida, los jugadores deben decidir de qué cartas deshacerse y qué cartas esperar encontrarse para ganar el juego. Con lo cual, el jugador se convierte en un estratega. Su estrategia deberá construirse nuevamente con el azar, pues no está en sus manos poder saber si contará con las cartas que le hará ganador de la partida. Pero con una buena estrategia y si el azar juega a favor, un buen estratega ganará el juego.

Parece un juego justo. Sin embargo, bajo el simulacro de seguir las reglas, algunos jugadores se las han ingeniado para hacer trampas y obtener ventajas sobre sus contrincantes. Una de las trampas que se ha hecho más famosa de todas ha sido la de jugar con cartas marcadas. Lo más usual es hacer pequeños rasguños en ciertas cartas, doblar sus esquinas o usar tintas especiales que sólo el tramposo puede reconocer, para que así pueda identificarlas fácilmente durante el juego, ya sea a la hora de repartir para hacerse con ellas o dárselas a otro jugador al que se quiere dar ventaja, si es el que reparte quien se vale de este procedimiento, o bien, si las marcas son hechas por alguno de los jugadores, este es el único que conoce de su trampa. De esta forma, quienes marcan las cartas, pretendiendo seguir las reglas del juego, tienen ventaja sobre los demás jugadores y siempre ganan.

¿Qué sucede en una sociedad cuando todas cartas con las que se juegan los juegos en lo que participan los ciudadanos se encuentran marcadas? ¿Qué pasa cuando en un concurso o en una licitación se marcan las cartas? Se hacen llamados, pliegos de bases y condiciones y términos de referencia direccionados para que solo gane aquel que quien repartió las cartas quiere que gane, qué será el único que podrá cumplir con las condiciones establecidas para ganar, puesto que fueron diseñadas para que esto pase. Y si llegase a presentarse alguien que pudiese ganar, se manipula la evaluación, se inventan pretextos, se puntúa arbitrariamente, para que quien debería ganar no gane. ¿A quién puede recurrir al que le hicieron trampa para que se le haga justicia? A los mismos que marcaron las cartas. ¿Puede esperar imparcialidad de ellos y que reconozcan el error cometido?

¿Qué sucede cuando en un examen por el que se acceden a puestos públicos o a becas se marcan las cartas? Se dan a conocer previamente las preguntas a ciertos concursantes, con lo cual, no se presentan todos al examen en la misma condición que quienes conocían previamente los temas de examen. ¿Es esto un concurso justo en donde ganan los mejores?

¿Qué pasa cuando en la Justicia se marcan las cartas? Se sobornan a jueces y fiscales para pesar la balanza hacia un lado y que con ello gane quien les paga para emitir la sentencia o bien se duermen expedientes o se realizan otros procedimientos para dilatar el caso y que quien pagó no sea alcanzado por la ley. En ocasiones, se realizan juicios en donde se falsifican documentos para condenar a inocentes, con conocimiento de quienes dictan las sentencias. ¿Puede llamarse justicia a esto? ¿Si esto es justicia, qué sería la injusticia?

Todas estas cartas (y muchas otras más) están marcadas en los juegos en los que participamos los ciudadanos en el Paraguay. Esto se ha convertido en un cáncer que ha tomado silenciosa y lentamente todo el país. La ciudadanía se encuentra harta y se está cansando de manifestar pasivamente su descontento. Este caldo de cultivo es previsible que buscará su válvula de escape para descargar el descontento popular y acabar de una vez por todas con el juego de ver la cara de tonto a Juan Pueblo.

No se puede fingir demencia, eludir responder a preguntas y dar aclaraciones y sentar postura sobre lo que visiblemente está podrido, pretender que todo está bien y que no pasará nada con las revelaciones constantes sobre los jugadores mañosos que han marcado todas las cartas que pudieron para ganar siempre.

O las cosas cambian de una vez y quienes deben garantizar que todos juguemos un juego justo toman acciones decididas para extirpar el cáncer de los juegos con cartas marcadas o el pueblo, como ha hecho a lo largo de la historia en todas las latitudes, se levantará  para que se acabe este juego, pues, a pesar de que pueda parecer tonto, no lo es y no es posible mentirle en la cara, haciendo de cuenta que todos jugamos un juego limpio cuando lo que está pasando es que jugamos con cartas marcadas.