Brasil viene incendiado por el COVID 19 desde el año pasado. A poco de estallar la pandemia y de decretarse la cuarentena estricta, Jair Bolsonaro se cruzó fuertemente con su ministro de Salud de entonces, Luiz Henrique Mandetta, que apostrofó al Presidente en estos términos: “¿Estamos preparados para el peor escenario, con camiones del Ejército transportando cadáveres por las calles y con transmisión en vivo por internet?”.
En tanto, Jesem Orellana, epidemiólogo de la Fundación Fiocruz/Amazonia asegura que «Brasil es una amenaza para la humanidad y un laboratorio a cielo abierto, donde la impunidad en la gestión parece ser la regla». Esto no impresionó a Bolsonaro quien lanzó este insulto sangriento a su pueblo: “Dejen de quejarse y lloriquear. ¿Cuánto tiempo van a seguir llorando?»;. Ayer, Brasil registraba 11.350.000 infectados y 273.000 fallecidos. Cifras de desastre. Nosotros vivimos a 50 metros de este verdadero pandemónium sanitario en que se ha sumido nuestro gigantesco vecino, con un gobierno completamente desquiciado y una población sumida en la angustia. Sólo el 4% de los brasileños ha sido vacunado y la existencia de dosis es ínfima en relación a su población. A este ritmo, las nuevas variantes del coronavirus consideradas más transmisibles y peligrosas se extienden por el territorio brasileño y podrían ingresar al Paraguay, si es que ya no lo han hecho.
Con Brasil epidemiológicamente fuera de control y careciendo no solo de vacunas anti COVID sino además con terapias intensivas colmadas y desprovistos de medicamentos paliativos, no queda otra herramienta que cerrar la frontera con Brasil a cal y canto, proteste quien proteste. Siete millones de paraguayos estamos contra la pared y con los brazos en alto frente al virus chino por culpa de una conducción política incapaz e irresponsable.
Ahora, antes de que el infierno brasileño nos inunde, la frontera tiene que cerrarse herméticamente. Si es necesario, se debe desplegar las Fuerzas Armadas para custodiar ese blindaje y permanecer así hasta tanto se consiga vacunar por lo menos al 60% de la población, meta que, al paso que vamos, quien sabe si alcanzaremos este año.
En marzo de 2020 se planteó una alternativa de hierro: “salud o economía”. Un año después estamos, no solo igual, sino peor que entonces.
Y el tiempo ya se acabó.
O actúan o se van.