Este año, más de sesenta mil familias fueron afectadas por las crecidas del río Paraguay. Es una constante desde hace décadas, y con la furia del ingreso del agua los desplazados no tienen tiempo de salvar todas sus pertenencias.
Cada integrante colabora en la casa para poder mantenerla. Se pinta el portón, se cortan los árboles, se instala TV por cable, aire acondicionado, todo para sentir un cálido hogar. Pero los barrios del bañado sufren cada año la crecida del río que los obliga a salirse de su zona de confort.
“El lugar es hermoso cuando no hay crecida. Cada uno se esfuerza por tener una linda casa”, expresa María Ferreira, una mujer de 35 años que vive en el Barrio San Pedro y lleva mudándose en cada crecida desde el 2014.
El 90% del barrio tuvo que desplazarse, muchos subieron a las zonas más altas y los demás se fueron distribuyendo hacia los lugares que la comuna asuncena habilitó. Sacando de lado lo difícil de la situación, dice entre risas: “Lo primero que agarré fueron mis plantas”.
Es la segunda vez que Ferreira y su familia se instalan en la zona del Parque Caballero, del que expresa hay mucha inseguridad. Pero desde el 2014 volvió a padecer la mudanza anual obligatoria. “En 1998 fue la última vez, después de 16 años tuvimos que volver a salir”, explica.
Ferreira vive con su marido y sus tres hijos. Dos chicas de 15 y 17 que están en el bachillerato y el pequeño de 7 años. La situación de vivir sobre piso de arena, apretados en un pequeño cubículo, con el temor de que les roben alguna pertenencia y una casa que no es la suya es bastante complicada, asegura.
La crecida más difícil
Electrodomésticos, muebles, objetos grandes o que quizás ya no entran en la motocarga se lo llevan los ladrones que, dentro del desastre fluvial, perjudican a las casas afectadas que quedan abandonadas.
La mudanza la hacen de 3 a 4 tandas, pero siempre queda algo y es una pérdida más. “De hecho que en cada crecida perdemos algo”, comunica.
En la crecida pasada, la del 2018, le costó bastante volver a estabilizarse. “El 30 de enero volví a mi casa y el 30 de marzo tuve que volver a este lugar”. Esta situación en particular fue la más difícil hasta el momento para ella y su familia.
Sin embargo pudo sacar algo positivo de todo esto y se animó a abrir un copetín en su casa provisoria sobre el Parque Caballero. Durante la entrevista se tenía que cortar la conversación porque venían clientes a comprar fiambre, pan y gaseosa, para el tereré rupa de los obreros que estaban trabajando en la zona de Artigas.
En la casa del Barrio San Pedro tenía un pequeño puesto de venta de bebidas alcohólicas y gaseosas. Con el apoyo de su familia se animó a poner en el lugar que les corresponde una pequeña despensa bien completa con alimentos básicos para los transeúntes de la zona. “En esta cuadra no hay ninguna despensa, más hacia el fondo sí hay pero acá no”, señala sobre la avenida Artigas, una zona muy concurrida. Pero rescata que trabajar en la casa improvisada le ayuda también a estar más cerca de sus hijas que son su prioridad.
Hogar, dulce hogar
El día que fuimos a hablar con María Ferreira, ya tenía unas bolsas cargadas de ropa y sus pertenencias listas para regresar. Por fin el día de dejar ese lugar que aunque los acogió en un momento difícil, no era su hogar. Ella esperaba que vuelva su marido con la motocarga para continuar con la siguiente tanda de la mudanza.
Luego de hacer todo el traslado que les llevaría un día, indica, echarán las tablas que hacían de pared y la chapa que hacía de techo para llevarlas consigo aguardando preparados la siguiente crecida.
Reflexión
Ferreira es una mujer muy positiva y empática. Además de llevar consigo sus muebles y plantas, también vuelven a su barrio con una despensa cargada y un mejor futuro para ella y su familia.
“Cuando viene el agua es desesperante” dice María con tristeza. Pero alega que la desesperación no es la respuesta. Muchos entran en pánico y piden ayuda ofuscadamente pero no así no se soluciona el problema.
Ferreira reflexiona que son demasiadas las familias afectadas por la crecida y que muchas son egoístas al exigir más y no brindar ayuda cuando están un poco mejor. “Son demasiadas las necesidades, que no se pueden asistir a todos rápido”, refiere.
Ella finaliza que es una situación muy dolorosa, que cada año están a merced de lo que el río decida y justo por eso las familias del bañado deberían estar unidas para ayudarse entre sí.
La Municipalidad de Asunción está trabajando en el Operativo Retorno, cerca del 50% de las familias asuncenas afectadas ya deshabitaron las plazas pero lo que todavía no se despierta es la voluntad política para encontrarle una solución a esta situación que se repite cada año.