Foto: Unicef
Nada resume más la definición de Estado fallido como Haití, una isla que comparte con República Dominicana en el Caribe y que ha sido la primera nación independizada del yugo colonial francés hacia comienzos del siglo XIX. Ha venido sufriendo dictaduras, hambrunas, pobreza, marginalidad, huracanes, SIDA y cualquier otra manifestación de reacción contra la sociedad en su conjunto.
A esto habría que agregar el vudú, que ha sido una creencia traída desde África por los esclavos aposentados en Haití y que se ha convertido en un freno para el desarrollo de la racionalidad de parte de sus habitantes.
Evidentemente, cuando uno habla de Haití es noticia también por el asesinato de su Presidente y gravemente herida la primera dama en un asalto que nadie sabe con determinación cuál pudo haber sido la causa, pero cualquiera le cabe a un país en esas condiciones, donde no hay justicia, donde ha tenido la larga dictadura y que posteriormente varios gobiernos frágiles, tampoco han sido capaces de encontrarle sentido a vivir en esa nación que tiene mucho que darnos todavía en términos de experiencias a la humanidad, pero que, sin embargo, está sumida en el profundo desgobierno, el caos y la anarquía.
Haití es un buen ejemplo de lo que le puede pasar a cualquier país en donde las cosas como la justicia no funcionan y los políticos no asumen su responsabilidad. Donde la ignorancia y el analfabetismo campean en cantidades importantes que hace muy difícil un debate racional sobre las cosas trascendentes e importantes. Haití es un caso de estudio para un Estado fallido que debería llamarnos la atención a todos.