Muchos visten la toga legislativa sin entender su significado
Platón decía que “los sabios hablan porque tienen algo que decir. Los tontos hablan porque tienen que decir algo”. Este pensamiento del gran ateniense le viene al dedillo a la diputada parlanchina que quiso gastarle un chascarrillo vuelta y vuelta a la Reina Letizia y cierto chaleco de manufactura paraguaya que la consorte del Rey de España lucía como parte de una campaña de apoyo a mipymes con fuerte compromiso de género.
Claro que en este caso, a la honorable le cabe con más precisión lo ocurrencia de uno de los mas grandes genios del humor repentista y vitriólico, Groucho Marx, quien ante una circunstancia parecida aconsejó que «es mejor permanecer callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas». En el caso de la diputada de marras, esto último es difícil dada su irrefrenable compulsión por “encerrar un mínimum de ideas en un máximum de palabras” como respondiera Winston Churchill a las zahirientes saetas dialécticas que solía recibir de un colega de los Comunes.
Esto nos lleva a reflexionar sobre lo que significa la palabra parlamento, y por derivación, parlamentario, aunque suene a perogrullada. Parlamento es la cámara o asamblea en donde se formulan, estudian y sancionan las leyes. Y en ese quehacer, es también un espacio de debate, de tratamiento de los grandes asuntos nacionales, en el que los ciudadanos deben sentirse representados. Esa es la tarea del parlamentario, congresista o legislador, como prefiera llamarse al ciudadano al cual se le ha confiado una cuota de representación. Y es precisamente en ese punto de confluencia en donde la gente se siente frecuentemente traicionada o, por lo menos, defraudada en sus esperanzas.
Se sobreentiende que la ciudadanía no empodera personas para que, en el ejercicio de ese poder, se dedique a llenar las sesiones del parlamento de palabras y frases sin sentido, necesidad u oportunidad alguna. Se espera que cumpla con su misión con eficiencia y, de ser posible, con sabiduría. Esta misión es la que muchos que visten inmerecidamente la toga legislativa no entienden y confunden su rol de legislador con el de un estandapero o cómico de la legua.
Tal vez se argumente que la variante de legislador-comediante sea casi inofensiva frente a la más siniestra del legislador-transador.
Cuestión de matices. Porque ambas subespecies son igualmente dañinas para la salud de la República.