Lo que nunca entenderán los que se sirven de la política
Pocas palabras de la lengua castellana tienen tantas acepciones como el verbo servir. Sus significados más gravitantes se refieren a actitudes de nobleza y entrega. ¿Qué puede ser más loable que estar al servicio de los demás?
En política, no hay lugar a dudas sobre cómo debe entenderse el hecho de llegar a un cargo de elección popular, por ejemplo, intendente municipal. Cada cinco años, Asunción pone en danza el sillón de lord mayor para que la ciudadanía decida quien habrá de ocuparlo. En un país macrocefálico como el Paraguay, es el cargo de mayor cotización política después del de Presidente de la República. Por lo tanto, quienes son ungidos con esa función deben estar preparados para recibir el reclamo directo de una ciudadanía asistida por el derecho de peticionar a las autoridades y exigirles el cumplimiento de la palabra empeñada con la materialización de promesas electorales.
El desafortunado episodio del intendente de Asunción, desafiando a un ciudadano a dirimir diferencias a puñetazos, no pasaría de una triste anécdota apenas útil para alguna caricatura ingeniosa. Pero su significado va más allá porque revela sub conductas del protagonista que el tráfago diario venía enmascarando. Esto es, su extravío frente al verdadero cometido de su función: servir a la ciudadanía que lo eligió.
En su obra “Gobernar es servir”, el historiador medievalista francés Jacques Dalarun, reflexiona sobre las tendencias de ordenamiento de sociedades en las que se distribuyen roles y responsabilidades. Y afirma: “En los siglos XII y XIII, Domingo de Guzmán, venerado fundador de la orden de los Dominicos, Francisco y Clara de Asís, entre otros, inventaron una forma de gobernar realmente asombrosa. Aseguraban que quien estaba al frente de una comunidad tenía que ser el servidor de aquellos a quienes guíaban. Era un deber de humildad perfectamente codificado”. Los primeros virreyes y regidores del México colonial trasladaron esta ética monástica al gobierno de la ciudad. En el pórtico de entrada al Antiguo Palacio del Ayuntamiento de México se lee aún hoy: “Gobernar a la ciudad es servirla”. Esta frase está grabada en piedra y encabeza en forma de lema cada informe anual a la ciudad.
Nadie pretende que el Intendente Municipal de Asunción vista el sayo monacal. Pero un poco de templanza y moderación no le vendría nada mal.