Dos familias siguen viviendo un infierno y sin esperanza alguna
A estas alturas, debemos pensar que la banda de facinerosos que mantiene guardados al expresidente Oscar Denis (700 días) y a Edelio Morínigo (7 años y diez meses) no sólo han ganado la batalla sino también la guerra. Han hecho lo que han querido, cuándo y dónde se les ha ocurrido. Y siguen haciéndolo. Matan, secuestran, ocupan, destruyen y extorsionan ante la pasividad de los efectivos desplegados a un altísimo costo. Tienen razón los parientes de las víctimas cuando dicen que quienes lograron volver sanos y salvos a sus hogares lo hicieron por voluntad de sus captores, no como resultado de un operativo rescate. Ese es un baldón que tanto el ejército como la policía deberán cargar por muchos años.
Esta saga tétrica no tiene como escenario cañones, desfiladeros, montañas vertiginosas, densas selvas, desiertos caliginosos o pantanos llenos de alimañas. Transcurre en una llanura motejada con algunos manchones de bosques nativos, praderas arenosas con pastizales naturales o implantados cortadas por arroyos y riachos y, sobre todo, pobladas por establecimientos ganaderos llenos de novillos gordos listos para la faena. Y puestos de trabajadores rurales entre los cuales estos delincuentes practican sus malas artes del saqueo sanguinario combinado con amedrentamiento.
Los de la fuerza conjunta ya no saben qué excusas ensayar para explicar porqué no encuentran a Oscar o a Edelio. Hablan de terroristas mimetizados como ciudadanos comunes, pobladores complices de encubrimiento por temor o por compra de voluntades con dinero y víveres. Sea por la razón que fuere, si la FTE está aplicando algun método de combate contra la banda de delincuentes, el sistema no funciona. Se lo ha dicho y comprobado una y otra vez. Estos enclaves de elementos armados, que funcionan como mano de obra del narcotráfico y del contrabando cartelizado, no se combaten con despliegue de fuerzas masivas sino con vigilancia, inteligencia y despliegue de pequeños grupos tácticos especializados. A estos profesionales del gatillo no los impresionan cuarteles ni comisarías, mucho menos puestos militares transitorios que sólo usan como blanco para practicas de tiro.
Algo tiene que cambiar. Sólo que no parece haber mucha voluntad para hacerlo. ¿Año político, funcionalidad con el crimen organizado? Mientras tanto, dos familias viven un infierno. Y sin esperanzas a la vista.