La figura de Hugo Velásquez, Vicepresidente de la República y candidato oficialista a la Presidencia de la República, es un claro signo del agotamiento de varias de nuestras figuras políticas en los últimos años.
Le pasan la factura a Velázquez su larga tradición de conexión con lo público -que él lo utiliza como un factor favorable para su campaña- cuando gran parte de la sociedad en condiciones económicas bastante paupérrimas, condena. También le cuestionan el hecho de haber creado toda una red nepotista dentro de la estructura del estado, favoreciendo a sus familiares, su paso como Fiscal en CDE, su cercanía con Cartes durante los años que fue presidente de la Cámara de Diputados, y lo último que viene a la memoria es su participación en el acuerdo que quería afirmarse entre Abdo y Bolsonaro del tema de Itaipú que iba en contra de los intereses locales.
La cuestión es que pareciera que hay una aceptación tácita del electorado, incluso el Colorado, de pasarle factura a los candidatos que no están a la altura de la realidad que el país ambiciona. Pareciera ser también la conclusión de que los propios colorados están cansados de sus propios corruptos y que si no presentan opciones y alternativas nuevas no están muy comprometidos con el voto hacia ese candidato aunque tenga dinero, y aunque tenga el control del Estado.
Es un pequeño gran paso que estamos tomando en términos del desarrollo de nuestra democracia y del rol de los ciudadanos en ella.