“No sé lo que quiero, pero lo quiero ya” decía una canción del extinto grupo SUMO allá por la década de los 80, y hasta como filosofía de vida es un enfoque peligroso, ni que decir si se traslada a una campaña de comunicación electoral o de gobierno.
Campaña no son los flyers, videos, historias o la fotografía, esas son piezas que deben traducir comunicacionalmente un mensaje desarrollado bajo estrategia, y la estrategia no es algo que se le ocurre a un grupo de personas que se sientan simplemente hacer una lluvia de ideas, mirando lo que hace la competencia o lo que hizo un candidato de otro país para tener éxito. La estrategia debe estar alineada a un conjunto de informaciones y de estudios cualitativos y cuantitativos que se realizan para tener una radiografía de los modelos de votantes o modelos de ciudadanos a los que necesitamos llegar. Los modelos representativos deben responder a un porcentaje que sea útil al momento del sufragio, no tiene sentido hacer una campaña dirigida a un grupo pequeño que no suma (pero a veces hace mucho ruido, como, por ejemplo: los antivacunas) y que puede confundir mi imagen.
Lo que se pueda observar en una gráfica, un video o un texto de un posteo debe ser la bajada a tierra simbólica de lo que el mensaje base tiene que transmitir, y el mensaje debe responder a una necesidad, a un miedo o a un anhelo que tenga el ciudadano objetivo. Las conversaciones se deben generar donde está la gente, no donde uno pueda creer que deberían estar, el enjambre social es orgánico y no responde a leyes naturales que se puedan definir de manera inmutable.
Encontrar el túnel de luz en el medio del caos del cambio constante exige que los campanólogos estén todo el tiempo descifrando realidades y comportamientos. La vida no es un “template” o un diseño pre fabricado que uno pueda analizar simplemente cambiando algunos elementos.
La investigación, el reconocimiento de lo los territorios analógicos y digitales son el inicio de un proceso que pueda marcar el éxito de una campaña.